Un hermano es el recuerdo de todos esos veranos de castillos de arena junto al mar, tú con la pala, él con el balde, y adivinar las olas de noche en la playa, protegidos del frío y del miedo con la capucha del polerón. La colección de conchitas, estrellas con olor a pescado. Despertar con los juguetes en la cama el 25 de diciembre: una pelota, un camión, una bicicleta.
Las historias lo eligen a uno, no al revés, y a veces no hay palabras para el dolor, sino palabras para el recuerdo, para el amor de los que siempre estuvieron cerca y para unas piernas que luchan contra el tiempo en busca del destino. Misrain Villalón falleció en la madrugada del jueves y lo sepultaron el sábado, a las cuatro de la tarde; Aranza Villalón, su hermana menor, hizo la carrera de su vida en la mañana del domingo: medalla de bronce.
La vida es eso que te puede cambiar para siempre cuando vas sentado en la micro de las ocho, de vuelta a casa, tercer asiento, pasillo de la izquierda. Muchos no volvieron. No hay cómo decirlo de otra forma: cualquier final de uno de los nuestros es demasiado temprano, sobre todo si te lo quita una bala de noche, sin despedidas ni abrazos, sin defenderse.
Veintiséis minutos, siete segundos y veintiocho centésimas: lo que demoró Aranza en completar su recorrido, en la contrarreloj de los Panamericanos. No se acordó de su hermano cuando cruzó la meta, ni cuando le avisaron que recibiría una medalla por salir tercera. Pensó en él todo el camino: el primero en saber de sus pololos, el aliado en la guerra del brócoli, el enemigo en las peleas de los juguetes rotos, el que se dejaba ganar en sus primeras victorias jugando al gato. Esos veintiséis minutos, siete segundos y veintiocho centésimas de Aranza Villalón contienen todo el relato de su infancia: la primera bicicleta, la primera caída, el primer raspón en las rodillas. Vamos, Aranza, levántate. Yo te voy a cuidar, sólo el viento te persigue.
Es el triunfo de Aranza, el sueño de Misrain. Por tres días no fueron parte del mismo abrazo. Te admiro, hermana. Te quiero, hermano. Luego hay que desconfiar de los atajos, de las respuestas fáciles. Sólo la esperanza puede hacer que te levantes todos los días de la cama, incluso después de la larga y oscura noche. La posibilidad de que mañana cambie todo existe. Sólo queda seguir intentándolo, también por los que ya no están pero nos acompañan desde la memoria. Sólo queda el mensaje sin rabia de Aranza Villalón en lo que debía ser el mejor momento de su vida desde que empezó a correr en bicicleta y que ahora es otra cosa: «El mejor camino que les pueden dar a sus hijos es el deporte». Misrain lo sabe.
Publicado originalmente en Lun.com