Los buenos tiempos
Entré de 5 por el Raulín, un sábado frío y nublado de mayo, a la semana siguiente de mi noveno cumpleaños. El entrenador era mi abuelo, Don Segua le decían los demás. Yo le decía Papi Viejo. Estamos hablando de 1980, mi abuelo tenía entonces casi la misma edad que tengo hoy. En el equipo, la tercera infantil del José Salgado, había puros jugadores mayores que yo, pero también estaban Ale y Quico. Ya van a ser cuarenta años jugando juntos con ellos. Ale es más viejo sí, dos años. Quico es mi primo, un mes menor que yo, pero él era más grande y tenía más fuerza, ya venía de antes en el equipo. “Entra de 5”, me dijo mi abuelo-deté. Con eso a mí ya me bastaba para saber lo que tenía que hacer. Irme encima del 9 de ellos, cubrir a otros en la defensa y soltar una patadita si hacía falta. Mi ídolo era Leonel Herrera, el 5 de Colo Colo, y mi viejo también jugaba de 5 en la primera adulto del Salgado. Le ganamos 2-0 al Cultural, en la Cancha 2 de la San Gregorio, con el Ñato Mena Chico de backcentro, el Guille al arco y el Caretuto de 7. También puede haber jugado el José Piojo, incluso su hermano menor, el Lucho Piojo, o el Niño, que vivían en mi cuadra. Los dos goles los hicieron antes de que yo entrara sí. No me acuerdo más, salvo que jugué casi todos los partidos ese año. En diciembre terminamos dando la vuelta olímpica en la Cancha 4 como campeones en la general, por encima de Las Flores.
Este domingo, el 25 de agosto de 2019, le ganamos 1-0 a Santos la final de los súper seniors en la Liga Ñuñoa, que tiene su complejo deportivo a un costado del Acceso Sur. También en la Cancha 2. El gol lo hizo el Rorro, más o menos a la mitad del primer tiempo, desde el costado izquierdo, medio reboteado, como pidiendo permiso para hacer justicia. Fuimos punteros todo el campeonato y perdimos un solo partido que jugamos con siete porque así es el fútbol de los barrios. Teníamos varios suspendidos, yo entre ellos por un combo que pegué contra Metropolitano, algunos lesionados y otros que seguramente se quedaron de macabeos en la casa ese día. De lo contrario habríamos sido campeones invictos, sin necesidad de ir a una definición. No importa. Dos veces le ganamos antes a Santos y la tercera fue un poco más difícil, pero igual de merecida. Estamos viejos, pero siempre hemos ido a ganadores, aunque a veces la respuesta sea no. Desde chicos. Ale jugó su mejor partido del año haciendo dupla de centrales con mi hermano Christian, el Changue. Quico se quedó afuera por lesión, ayudando a mi viejo a ordenar el equipo. Yo salí cojeando al empezar el segundo tiempo y volví a entrar al final para echarles la bronca a los rivales cuando el partido se puso peludo. En cualquier momento el árbitro se mandaba una cagada y les regalaba el empate. “No te pasís películas con nosotros. Juega a la pelota, malo culiao”, le dije a la pasada al huevón más cochino de ellos. Cuando terminó casi se arma camorra, pero no les dimos bola. La última vez que peleamos fue hace como cinco años, contra los mismos de Santos, y les sacamos la cresta.
Ahora juego con el 8, como segundo de contención, para cubrir a los laterales cuando suben, meterme entre los centrales si se nos van arriba los contrarios o presionar la salida de ellos si nos dan espacios. Me acuerdo exactamente del día en que dejó de gustarme jugar de central, hace dos años. Llegué tarde a un par de cruces y en una pelota dividida, contra un huevón más joven, saqué la pata. En el fútbol cuando eres viejo sabes que si no vas a ganar la pelota es mejor guardar la guadaña y esperar hasta la siguiente jugada. Pero casi todo lo que gané con el Salgado lo gané metiendo de central, de hecho con el 3, desde el día en que el Flaco Julio, mi segundo entrenador en la tercera infantil, me puso de último cuando el Nono subió a segunda por edad. El Flaco Julio me dijo que yo iba a ser el capitán del equipo. En mi último año de 5, con el Nono de 3, salimos campeones invictos. Orlando, hijo del Flaco, jugaba al arco o de 9. El Ardilla de 7 y el Gato, mi otro hermano, de 4. Henry iba de 11 o de 10. De 2 a veces iba Manolo, que no era muy bueno y en realidad quería jugar de Chico Hoffens, como puntero derecho, pero le ponía empeño. También estaban Charly de 6, Mario de 11 o de arquero y de 2 el Mauri. Quico movía los hilos en el puesto del 8. Es uno de los equipos de los que mejor me acuerdo: la tercera de 1982. En el verano siguiente fuimos a jugar contra la tercera del Audax en las canchas que ellos tenían en Trinidad 2con Santa Raquel y le sacamos brillo a nuestro invicto: empatamos a uno. Era nuestra primera vez en cancha de pasto, que nos comió un poco las piernas.
José Salgado no fue uno de los equipos más conocidos en San Gregorio, pero era el nuestro. Teníamos una mística especial, además: aunque llegaban cabros de todo tipo, algunos maleados, en el club nadie tiraba las manos. Había que ganar con buenas armas, aunque los otros, más vivos, nos pasaran por encima. Las series adultas casi siempre terminaban peleando desde la mitad de la tabla para atrás, aunque tenían tremendo equipo en primera. En los infantiles era otra cosa. Salimos campeones todos los años entre 1980 y 1987, a veces en todas las series. Como éramos de los buenos algunos jugábamos más de un partido a la semana. Quico jugó una vez en las tres series: tercera, segunda y primera. Eso de que faltan jugadores en los clubes de barrio es típico y nosotros lo suplíamos repitiendo a los que andaban mejor. Ganábamos igual. Yo jugué harto en segunda cuando estaba en tercera, aunque después, ya en segunda, armaron un equipazo en la primera con Ale y el Robin en el medio el 85, así que me quedaba de cambio para entrar en los segundos tiempos. Los dirigía mi viejo y me recuerdo entrando de 8 a un partido que empataban a uno contra Humberto Cid, haciendo una pared con el Robin y metiendo la pelota de zurda en el arco para el 2-1.
El 87 fue nuestro último año en San Gregorio. Un gran año, en todo caso. La primera adulta ganó por única vez el Campeonato de Semana Santa, con Ale comiéndose la cancha desde el medio a los 17 años, y nosotros fuimos campeones del primer Campeonato de Fiestas Patrias que se hizo, también con partidos de eliminación directa, para las primeras infantiles. Uno a uno fueron cayendo nuestros rivales: el Poniente en doble partido, Sporting, Las Flores y Colombia. El último día del torneo jugamos tres partidos: 1-0 o 2-1 a Sporting, 7-0 a Las Flores en las semis y 1-1 contra Colombia en la final, que luego ganamos en definición a penales. Estaban Quico, los hermanos Zurita, Marco y el Pollo, el Flaco Guille al arco. La memoria me falla. Quizás los recuerdo porque eran los más amigos. El equipo lo hacía el papá de los Zurita. Tal vez jugaba el Patán de 9. Al final de ese año nos peleamos en una batalla campal contra los del Estadio y en los torneos adultos hubo dos muertos por balaceras que nos alejaron para siempre de las canchas de tierra de San Gregorio.
Nos fuimos a jugar a San Ramón, donde salimos campeones algunas veces, pero el fútbol para muchos de nosotros dejó de ser la única motivación en nuestras vidas. Antes todos queríams jugar en la primera del Salgado como los grandes: Tono, Lauchita, Flaco Gálvez, Licho, Ñato Mena padre, Huaso Pato, Loco Manuel y Loco Miguel, Juanito Madrid, Chino Zura. Después, quizás por las razones que sacaron al club de la población en la que crecimos, el fútbol dejó de ser de vida o muerte. Siempre entramos a ganar, pero desde entonces costó más completar los equipos. Igual nos dimos el gusto de jugar el mejor fútbol de nuestras vidas en el Nocturno de San Ramón en el verano del 93: llegamos a semifinales, pero estábamos para la final por lo bajo. Nos entrenaba mi tío, el Pelado Quico. Yo estuve en todos los campeonatos más o menos hasta el 98, pero hacia el final pasaba varias semanas sin ir a causa de mi trabajo. En 1999 nos pasamos al Barrancón, después fuimos a la Cordep en Lo Espejo y finalmente a las canchas del Acceso Sur de Santiago, al final de Santa Rosa. Otros tomaron el relevo, sobre todo mi hermano Christian y Danilo, mi cuñado: el mejor 9 que se ha visto en una liga amateur y que lleva como veinte años ganando el título de goleador en los campeonatos que nos tocó jugar. Volvimos a salir campeones varias veces, aunque yo no iba siempre.
Ahora no es que ganar dé lo mismo. Lo sentimos el domingo: ganar es ese deseo que nos junta como equipo y que cuando no se logra es otra cosa, pero nos sigue juntando a la espera del próximo partido. Danilo hizo 45 goles en 18 partidos y le dieron el botín de oro. El Flaco Roberto se queja de que perdió el guante de oro a la valla menos batida por un autogol que le hice faltando cuatro partidos: perdió el premio justamente por uno de diferencia. ¿Y todas las jugadas en que te salvamos el culo, Rober? A mí a lo mejor deberían darme la guadaña de oro, aunque es puro invento que yo pegue en la cancha. Al Lalo lo echaron tres veces, la última incluso en la final. También le quedaron debiendo el guante de oro, pero de boxeo. De lateral derecho tenemos al Pato, algo nervioso y regularidad pura: es como las mascotas, a veces se manda cagadas, pero lo queremos harto. De lateral izquierdo el Rorro: un carrilero medio histérico con harta llegada. Siempre se acerca antes de los partidos a pedir que lo cubramos si sube, como si no lo tuviéramos cachado. Atrás, prenda de garantía, Changue y Ale. En el medio hay varios, entre los que más jugamos: Quico, César, yo, el Conejo y Óscar. Entre las lesiones y los castigos nunca pudimos tener un mediocampo fijo, aunque César y el Conejo se pusieron las pilas para hacer el aguante en los últimos partidos. Más adelante también tenemos esa extraña figura que sobrevive al menos en el fútbol amateur, el clásico puntero fantasma: Vilaza y Sergio. El Chico Danilo arriba, solo o acompañado, pero siempre contra todos. La oncena la completan el Lalo, Mauri y Fernando. La mayoría vive o vivió en algún momento de sus vidas en San Gregorio, a otros los fuimos conociendo en el camino, pero el José Salgado es una historia que viene desde que éramos chicos, antes de que naciéramos incluso, a través de nuestros padres que aún hoy siguen haciendo rodar la pelotita. El Toño, mi viejo. También Chamaco, el papá de Ale. Da gusto verlos cada domingo a la orilla de la cancha o gritando desde la tribuna por un offside mal cobrado o una chuleta a destiempo. El domingo nos juntamos todos otra vez para celebrar. También estaba mi mamá, compañera inseparable de mi viejo en los días de partido. La Tía Esther, que les dice “a ti te quiero” cuando se hacen huevo de pato para pagar la camiseta.
Fue una fiesta en familia, incluidos los que ya no están porque los llevamos en nuestros corazones. El Tío Ramón ayudó con la carne y las longanizas, la Mami Coca, mi abuela, hizo acto de presencia y se completó el festejo. Hasta el Pelado Osvaldo se dio una vuelta, hace tiempo que no lo veía. Siempre es un gusto encontrarse con los viejos que antes no eran viejos, a los que uno admiraba esperando transformarse en ellos. A lo mejor ya no nos quedan tantos partidos juntos como quisiéramos. Ha pasado el tiempo, pero siguen siendo los buenos tiempos.
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