El doble salto en la fila en la vacunación de futbolistas jóvenes

 

Las iglesias y el fútbol profesional cuentan con una exención especial para poder funcionar durante los peores días de la pandemia en Chile. La tasa de contagios se disparó en todo el país, por culpa de un gobierno que volvió a transmitir con publicidad y alevosía un supuesto triunfo frente a la enfermedad; también de particulares que a pesar de todas las señales insisten en poner en riesgo sus vidas y las de su entorno. El Covid todavía mata, los chilenos mueren: la ecuación es proporcional a los errores cometidos. Pero hay misa y fútbol, que tal vez, según dicen sus partidarios, le hacen bien al espíritu. Oremos y juguemos entonces, mientras la muerte arrecia y hasta las elecciones que decidirán el futuro de la polis se suspenden hasta nuevo aviso.

Hace un mes era peor. Había playas, malls, casinos y colegios abiertos, sacándole la lengua a un virus que siempre gana. La estupidez en pandemia se paga cara: el Ministerio de Salud admite cada día muertos sin nombre, pero esos números, de los que a veces el ministro se jacta, se llaman Juan, José o Luis. Ahora está casi todo el país encerrado, o debería estarlo. Sólo hay unos pocos esenciales o privilegiados con autorización para desplazarse a sus quehaceres. El último fin de semana se prohibieron las ferias libres, donde se alimenta la mayor parte del país. Pero hubo religión: misa y fútbol. Cómo no se nos ocurrió antes: es más barato alimentar almas que estómagos vacíos.

El país avanza en un proceso de vacunación ejemplar, dicen, por su carácter masivo. Hay muchas vacunas y muchos chilenos vacunados, pero las Unidades de Cuidados Intensivos siguen llenas de pacientes graves y las morgues empiezan a rogar que los familiares retiren luego los cuerpos que sobran, porque ni siquiera ahí hay espacio para la muerte. Por eso existe, o debería haber, una lista de prioridades en la inoculación de las personas. Primero los que pueden morir, luego los trabajadores esenciales; después el resto. El hecho de que sigamos con un monstruoso nivel de ocupación de camas UCI revela que el proceso de vacunación no es un modelo: o estamos vacunando primero a personas equivocadas o se está informando mal a la población de riesgo el calendario de vacunas, probablemente una combinación de ambos factores.

En medio de la crisis, un equipo de fútbol solicita vacunas para todos sus jugadores y la autoridad correspondiente se la concede. Y de pronto los justifican como población de riesgo: futbolistas activos y sanos entre 18 y 38 años. Todo está en regla, advierten. Es el Club de Deportes Antofagasta, a través de su médico encargado, el que le pidió a la Secretaría Regional Ministerial de Antofagasta las vacunas. Hay un problema de cercanía en el trámite que nadie está dispuesto a destacar: el club de Antofagasta acude ante la autoridad de Antofagasta para ganar tiempo en el proceso de inoculación. El resultado es que jóvenes sin ningún tipo de preexistencia médica se adelanten a la población en torno a los 50 años, según el detalle vigente del calendario nacional. Producto de ello, además, Antofagasta se convierte en uno de los primeros clubes en el mundo que recibe la vacuna contra el coronavirus. Ninguna liga, de hecho, ha solicitado el beneficio, éticamente fuera de lugar en un contexto de pandemia mundial. Saltarse la fila cuesta vidas, incluso si sobran las vacunas: en varios países de Europa, los clubes de fútbol han puesto a disposición sus estadios para reforzar la vacunación masiva. Muy pocos, como Gareth Southgate, el seleccionador nacional de Inglaterra, han pedido las vacunas para sí mismos. En su país ya le dijeron a Southgate que la vacunación a los futbolistas les tocará cuando les corresponda a su edad.

En Antofagasta se argumentó, inesperadamente, que los futbolistas sí califican entre la población de riesgo. No por motivos de salud, sino como vectores de contagio. Por los viajes, por las interacciones dentro del camarín y la cancha. Correcto: es precisamente la razón de las cuarentenas, para mantener a raya a los vectores, para desmovilizar a los agentes contagiantes y dejarles la calle libre a los que están obligados a salir para mantener el país funcionando en condiciones mínimas. En el fondo, la explicación que llega desde Antofagasta para justificar las vacunas es generada por el mismo privilegio que recibe el fútbol para seguir desarrollando su actividad mientras el país está prácticamente cerrado. Hay dos privilegios ahí: sigue funcionando y se adelanta en las vacunas porque sigue funcionando. Un doble salto en la fila. Al menos las iglesias les piden protección a sus dioses para evitar la enfermedad; el fútbol, para variar, tiene santos en la corte del estado.

 

 

 

 

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Por eabarzua

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