La industria primero, la vida después

 

Alejandro Valdés, utilero del primer equipo de Everton, falleció este domingo a causa de un infarto fulminante. En su domicilio, esperando una ambulancia que no pudo llegar por el colapso del sistema hospitalario. Víctima del Covid. Probablemente salía de su casa cada día a trabajar con temor, pero también con gusto, porque la suya era una de esas tareas que se hacen con amor, por los colores, por las personas con las que se encontraba en la pega, por las historias que se pueden vivir dentro de un equipo de fútbol, incluso por los materiales con los que un utilero suele hacer su trabajo: pelotas, conos, zapatos, camisetas de entrenamiento, mallas para los arcos, canilleras. Alejandro Valdés, el Ale o el Jano para quienes lo conocían desde comienzos de siglo en Sausalito, tenía 44 años y un poco de sobrepeso. Aunque le gustaba mucho su trabajo, ya no podrá seguir haciéndolo porque tras un año de pandemia hay algunas autoridades que todavía no entienden que los muertos no tienen trabajo que cuidar.

Por más que le gustara hacer lo que hacía, Alejandro Valdés no tuvo opción frente al bicho. Ahora, sin duda, viene lo de siempre, la búsqueda de justificaciones que a veces, descaradamente, terminan culpando a la propia víctima, por argumentos tan insensibles como la edad, las preexistencias, la gordura, quizás una conducta descuidada frente al virus. Es una explicación que venimos escuchando desde hace tiempo: fulano murió por su historial médico o por su culpa. No es así: las personas mueren por su exposición a un virus que puede ser mortal si no se lo evita por todos los medios posibles. Con las nuevas cepas, además, ya no mueren solamente los viejos, que era la barreta oficial para echar a andar la industria mientras se mantuviera encerrada a la población de riesgo. Mentira: hoy todos somos población de riesgo.

En la semana previa a la muerte de Valdés, el fútbol defendió la continuidad de su competencia con dientes y muelas. Había dos brotes de Covid confirmados en el torneo de primera división, en Universidad de Chile y Coquimbo, y otro del que no se tenía conocimiento público, pero se supone informado a la ANFP: el de Everton, en Viña del Mar. Tres brotes entre diecisiete equipos: un índice de positividad real bastante alto como para hacer vista gorda, pese a que el fútbol chileno viene informando oficialmente un índice de positividad muy conveniente para sus propósitos, inferior al 1 %. Obvio, es la idea que quieren transmitir desde la sede de Quilín: el fútbol profesional opera en un esquema de burbuja sanitaria y los protocolos funcionan. Nadie cuestiona, sin embargo, la validez del dato: si a un individuo sano se le hacen 100 exámenes de PCR negativos, cuando el número 101 le salga positivo tendremos un caso de Covid y una positividad todavía inferior al 1 %. Desde el gobierno el discurso va en la línea de aceptar que el fútbol profesional masculino siga jugándose pese a su condición de actividad económica no esencial. “El fútbol tiene un protocolo muy estricto, donde se hacen dos exámenes PCR a la semana, se trasladan en buses individuales, o sea cerrado para ellos, y lo tercero es que las seremis de Salud están tomando antígenos en forma aleatoria cuando se trasladan y la mayoría de ello se hace en el lugar de destino”, dijo este lunes la subsecretaria de Salud, Paula Daza. El pasado jueves la subsecretaria de Prevención del Delito, Katherine Martorell, expresó una postura similar: “Solo el fútbol profesional, que tiene un sistema de burbuja y de test permanentes, pueden seguir funcionando”. Pulgar para arriba: el fútbol sigue, aunque se anunció mayor fiscalización, preocupación y sumarios sanitarios, si corresponde. Lo mismo de siempre. En el fondo, no bastan tres brotes y un fallecido para revisar los protocolos, si se cumplen o, en rigor, las nuevas cepas del coronavirus en la práctica hacen imposible la actividad de un deporte colectivo.

Los futbolistas en Chile se hacen al menos dos PCR a la semana y viven aislados del mundo, salvo los contactos mínimos con sus familias, pero los contagios caen igual. No sólo ellos, en todo caso: los trabajadores como Alejandro Valdés cumplen con los mismos protocolos. En principio, puede haber fallas individuales en la aplicación de las normas, pero la evidencia científica ha dejado en claro que las nuevas cepas son más contagiosas y más fuertes a esta altura de la pandemia.

En contra del sentido común, y de una comunicación de riesgo adecuada en medio de la grave situación que afecta al país, con más de 8 mil contagios diarios, más de 30 mil muertos desde el comienzo de la pandemia y el sistema de urgencia absolutamente colapsado, la ANFP ha insistido en dar señales de normalidad para mantener activa la competencia. A mediados de marzo, el club Universidad de Chile tuvo al menos 12 casos de Covid y se vio obligado a disputar un partido de la Copa Libertadores frente a San Lorenzo con varios juveniles en su formación titular, pese a una petición formal de Azul Azul a la Conmebol para suspender el partido. Tres días después de su derrota en Buenos Aires, Universidad de Chile apareció con fecha libre para la primera fecha del campeonato nacional, a iniciarse el 27 de marzo según el calendario. Fuentes de la ANFP descartan cualquier tipo de ayuda hacia el equipo de Azul Azul en el diseño del fixture. En realidad, «por el bien del fútbol», se intentó sacar de la agenda el debate sobre los protocolos del fútbol en el comienzo del torneo, dicen. Es razonable, y hasta justificada, la concesión a un equipo en problemas, sobre todo porque la circunstancia lo permitía. La solución estaba a la mano y sólo bastaba ocultar un poco los problemas debajo de la alfombra.

En lo de Curicó, en cambio, el fútbol se vio obligado a cumplir con sus promesas al gobierno, en el sentido de evitar una avalancha de suspensiones de partidos por casos de Covid. El mejor castigo para quienes no cumplieran con los protocolos sería hacerlos jugar con lo que tuvieran a mano o, derechamente, imponerles castigos draconianos. Muy conveniente para todos, en principio: para un gobierno complicado que necesita fútbol por TV para tranquilizar de alguna manera a la población y para la ANFP en su necesidad de cumplir su contrato de televisión con TNT Sports, entre otras cosas. Es razonable, pero se pone en práctica con protocolos antiguos y cepas nuevas.

El caso de Everton es más complejo aún, pues el club informó a la ANFP de su brote interno. Minimizándolo por supuesto: dos juveniles y un utilero que dieron positivo al test y un jugador del primer equipo con resultado indeterminado, a la espera de un nuevo PCR. Los juveniles y el utilero también trabajan con el primer equipo, aunque los quieran informar aparte y la ANFP ni siquiera se digne a darlos conocer a la comunidad, mientras el gobierno central se va enterando por la prensa de los nuevos brotes.

El escenario que ha construido la ANFP en torno a la continuidad del fútbol es inaudito. El primer caso de la temporada vigente ni se tocó, en el segundo se obligó a un equipo a jugar sin suplentes y del tercero sólo supimos por un fallecimiento. ¿Transparencia? Nada. Lo único importante es cerrar los ojos y echarle para delante: si se muere alguien, llenamos las redes sociales de condolencias y seguimos jugando. Triste, pero cierto.

Tras el exitismo del gobierno de Sebastián Piñera, apurado por comunicar un supuesto triunfo de su campaña de vacunación contra el coronavirus, el país tiene sus propios problemas. Pero no hay que equivocarse: es el mismo problema. Estamos en el peor momento y mirar para otro lado cuando alguien muere no evitará nuevas muertes en los oscuros días que están por venir.

Alejandro Valdés, el Ale, el Jano, llevaba veinte años trabajando como utilero en Everton. Ahora el fútbol lo va a extrañar. Es lo que pasa cuando la vida pierde importancia frente a otros intereses.

 

 

 

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Por eabarzua

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