Por Esteban Abarzúa
El fallo unánime de la Tercera Sala de la Corte Suprema (12 de septiembre de 2023) estableció en primer lugar la ilegalidad de las apuestas y los casinos que operan en línea desde fuera de Chile y ordenó a un proveedor de Internet el bloqueo inmediato de dichas plataformas. En su sexto considerando, la sentencia advirtió que la justicia chilena podrá sancionar penalmente “a quienes posibilitan dicha actividad como a quienes participan de ella”.
¿Qué significa esto? La interpretación no puede ser más clara: según el orden jurídico nacional, y ratificado en el fallo del máximo tribunal del país, en Chile se prohíbe hacer publicidad o difusión de cualquier tipo a este negocio. Para ser más precisos, ¿a quiénes se dirige esta prohibición? A demasiados actores del medio local: la Asociación Nacional de Fútbol Profesional, 29 de sus 32 clubes asociados que promueven las apuestas en sus camisetas, diversos medios de comunicación, ex futbolistas, influenciadores de las redes sociales y periodistas que se han dedicado a publicitar estos sitios online que irrumpieron con fuerza en los últimos años. Seamos sinceros: todos ellos han fomentado una actividad ilegal y el hecho de que sean muchos, o importantes, no reduce su responsabilidad ante la ley.
Ahora viene otra duda. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicieron? Esa pregunta tiene dos respuestas, la primera de ellas adjunta a un examen de conciencia ineludible para todos los involucrados: lo hicieron por dinero; tal vez por necesidad en algunos casos, pero eso no atenúa los cargos. Señor juez, recibí ese dinero por necesidad, porque la industria a la que pertenezco está amenazada por una severa crisis económica. No. No funciona como atenuante. Ni para el fútbol ni para el periodismo, tampoco para los que actuaron a título personal.
La otra respuesta tiene que ver con el oportunismo y la política, porque hay un proyecto de ley en el Congreso Nacional, presentado en 2021 por el Ministerio de Hacienda, que pretende regular el negocio y permitir, en principio, la operación de las casas de apuestas y los casinos online en Chile. Es cosa de tiempo conseguir la ansiada legalidad, suponen los representantes del negocio, y ello liberaría a sus promotores o posibilitadores con efecto retroactivo, creen ellos. El argumento de la futura legalidad, sin duda, es una apuesta, pero no es racional girar a cuenta de ese nuevo estatus legal cuando no hay ninguna regulación definida, sobre todo porque el proyecto de ley está empantanado en la Cámara de Diputados por razones de forma y de fondo.
Aquí no importa el menudeo de la discusión política, tampoco las leguleyadas de turno, sino la liviandad con que el fútbol y el periodismo aceptaron en Chile asociarse con las apuestas en línea. Al primero ya le llegó un ultimátum del Ministerio de Justicia, que inicialmente le exigió a la ANFP terminar con el contrato de derecho de nombre con Betsson por los campeonatos de Primera División y Primera B, a riesgo de retirarle su personalidad jurídica. Pero la industria de las noticias, y en especial el periodismo deportivo, todavía no hace la debida autocrítica por su vinculación con un negocio ilegal, lo cual por lo menos resulta sospechoso como fenómeno. Los que le pedimos explicaciones a todo el mundo no hemos ofrecido ninguna explicación sobre una conducta nuestra que es contraria a las leyes chilenas. Es algo que debería avergonzarnos. Y hay que decirlo en plural porque abstenerse u omitir información también son actitudes reprochables en el ejercicio de este noble oficio.
¿Por qué callamos sobre esto? Los que están involucrados directamente, y por lo mismo susceptibles a sanción penal o a una vista inesperada de Impuestos Internos, de momento prefieren mirar hacia el lado a la espera de un salvavidas legal desde el Congreso que también intentarán utilizar como principio ético en su defensa: llegado el momento, si llega, dirán que siempre tuvieron la plena convicción de que el dinero recibido correspondía a una legítima retribución por hacerle publicidad a un negocio tan honesto como cualquiera. Por ahora, sin embargo, no dicen nada. Y es una lástima, porque aquí entran destacados líderes de opinión que guardan silencio por conveniencia, ya sea por su implicación personal directa o porque los medios en los que trabajan tienen contratos de publicidad con las apuestas. Peor aún: en algunos medios deportivos ni siquiera se ha informado sobre el fallo de la Corte Suprema, privilegiando su vínculo con el auspiciador y a través de este con el dinero, en detrimento de su compromiso con la verdad y la transparencia.
También hay otros periodistas que no hemos actuado con suficiente energía y diligencia frente a un negocio del cual siempre existió sospecha de ilegalidad, como tampoco salimos a enfrentar con la debida consistencia ética el daño colateral que sufrió, y sigue sufriendo, el periodismo deportivo en esta pasada. No estuvimos a la altura.
Es delicado apuntar con el dedo a otros cuando están en una situación en la que perfectamente podría encontrarse uno mismo como profesional de las noticias. La línea editorial de un medio de comunicación y sus mecanismos de financiamiento son, por lo general, entendidos como los límites entre los cuales puede moverse el periodista para ejercer su oficio de manera razonable y comprometida. Es entendible, pero hay mínimos éticos exigibles a todo evento. El fallo de la Corte Suprema sobre las casas de apuestas y los casinos online es información imprescindible para el público. Y aquellos que además de informar hacemos uso de la opinión como herramienta de trabajo también estamos obligados a fijar nuestra posición al respecto.
El mismo 12 de septiembre, un colega publicó el siguiente comentario en su cuenta de la red X, ex Twitter: “No tengo nada con las casas de apuestas. Perdí una pega por ellas y rechacé una oferta de ellas. Pero el daño que le están haciendo al deporte chileno por criminalizar esos recursos es una desventaja terrible en nuestros días. País antideporte”. Hay dos capas a tener en cuenta en el posteo, aunque una, saludable al evitar la tentación personal por las razones que sea, termina siendo arrasada lamentablemente por la otra, al suponer que el deporte en Chile necesita con urgencia de los recursos que le ofrecen las casas de apuestas. Insisto en que no voy a apuntar a nadie con el dedo, pero ya es hora de aclarar equívocos y enfrentar razonamientos falaces. Es tarde, pero no tan tarde.
El 3 de septiembre de 2020 recibí un mensaje directo en mi cuenta de Twitter, de parte de un periodista de otro país en Sudamérica al que seguía porque regularmente hacía comentarios y análisis tácticos de fútbol continental y mundial. Él a su vez empezó a seguirme poco después de que publiqué un libro sobre el estilo de juego de la Roja desde los días de Marcelo Bielsa hasta los logros de la Copa América en 2015 y 2016. Su mensaje decía lo siguiente: “Hola, Esteban. Qué tal. Te saluda XX, trabajo en Betsson Latam (Perú y Chile). Somos una casa de apuestas on line que está empezando a ganar terreno en Chile, luego de más de diez años en Perú. Para eso estamos buscando microinfluencers que nos puedan ayudar a compartir contenido mediante nuestras redes (@betssonchile) y creímos que tú ibas con lo buscado. Quería saber si te interesaba. Saludos”.
Todo periodista es un influenciador por naturaleza, pero que te lo suelten así de la nada tiene un impacto inevitable en el ego del aludido. Es algo que todavía no terminamos de valorar de nuestro trabajo como comunicadores, al sentirnos de alguna manera en inferioridad frente a la nueva competencia que apareció en las redes sociales: los influenciadores. La sola mención de esa palabra nos acompleja y, por el contrario, nos marea cuando por alguna extraña razón somos considerados entre los elegidos por cualquier ciudadano del ciberespacio. Influencers. Después del impacto inicial, a uno lo asalta la curiosidad. Un nuevo negocio, en una industria golpeada por la crisis del mercado, es una oportunidad interesante, sobre todo si uno queda instalado como cabeza de playa. El resto de la conversación con XX de Betsson se hizo por llamada de WhatsApp. No sé si será una estrategia, pero el detalle de la gran oferta quedó sin mayor respaldo que el de la oralidad. A saber: una determinada recompensa monetaria por retuitear posteos de @betssonchile, que se vería incrementada en caso de que yo agregara tuiteos con contenido propio que incentivaran el interés de mi audiencia por integrarse al mundo de las apuestas. Dependiendo del impacto en las redes de mi actividad promocional la recompensa podría ser mayor con el tiempo. Pero el acuerdo, de cerrarse, tendría letra chica: se me pagaría en cuotas para apostar a través de una cuenta en Betsson que se me proporcionaría a continuación. “No es mucho, pero si funciona y eres consistente en tu aporte, ese dinero podría constituir una pequeña fuente de ingresos, cuando cumplas con las condiciones para retirar el dinero”, me dijo XX de Betsson. He ahí una trampita: si soy el experto y tengo ese dinero disponible en la plataforma, no me vendría mal mejorarlo con algunas apuestas; es lo primero que puede pensar uno mientras se convierte fatalmente en apostador.
La verdad es que no me interesó saber cuánto era “no es mucho”. Por educación quedé de contestarle a XX de Betsson al día siguiente, pero lo hice en un par de horas. Le dije que promover apuestas no cuadraba para nada con mi perfil de usuario en Twitter y que de hacerlo de algún modo me sentiría traicionando la confianza inicial depositada por mis seguidores cuando tomaron la decisión de seguirme, seguramente porque escribo columnas deportivas en un diario de circulación nacional y porque de vez en cuando puedo hacer algún comentario útil en la red. Trato de creer en eso. A comienzos de 2022 volví a ser contactado, esta vez por una persona de Coolbet. Ahí mi respuesta fue casi automática: no soy partidario de las apuestas.
Felipe Barrientos, futbolista de Deportes Puerto Montt, explicó su situación en una entrevista a El Mercurio hace unos días. Dijo algo parecido a lo que acabo de exponer: le ofrecieron pagarle en una cuenta de Micasino.com si le hacía publicidad a través de sus redes sociales. “Ellos tienen ejecutivos y te hacen un canje, te dan promociones. Te ofrecen promocionarlos a cambio de una cantidad de dinero, subir dos o tres historias en Instagram, dependiendo del alcance que tienes en otros países, de los seguidores que uno tiene, te piden estadísticas de Instagram. Te hacen una oferta”, reconoció Barrientos, arrepentido de haberlo intentado, luego de que un diputado de su región lo acusara de inmediato por fomentar una actividad ilegal, ya con el fallo de la Corte Suprema en proceso de ejecución.
Felipe Barrientos tiene ocho mil seguidores en Instagram. Yo tengo 22 mil en la red X, pero entiendo que no soy un objetivo primordial para los captadores de las casas de apuestas. Aunque en estos años he visto de todo: rostros del periodismo y el deporte con cientos de miles de seguidores y microinfluenciadores como yo que con suerte llegan a los dos mil. Lo cual sugiere que el método utilizado aquí es la pesca por arrastre: desde un goleador histórico de la Roja como Iván Zamorano hasta Desconocido Periodista de un portal de noticias de fútbol que se dedica al clickbait. Todo suma. A más de alguno le deben depositar dinero real en su cuenta corriente, imagino, pero a esta altura tengo derecho a creer que son muy pocos los comunicadores que reciben un beneficio económico concreto a cambio de entregar en bandeja su independencia como profesionales de la información. Me temo que los sitios de apuestas y casinos en línea gastan muy poco en obtener complicidad de estos periodistas para luego parapetarse detrás de ellos y usarlos como escudo e incluso como elemento disuasivo. Admito que en más de una ocasión me he tenido que morder la lengua para evitar la crítica hacia compañeros de profesión que incurren en estas prácticas. Intuyo que ese es el objetivo central de la estrategia: bloquear el juicio crítico de independientes y outsiders a través de un problema deontológico. Cuesta enjuiciar a los colegas y el precio a pagar también puede ser muy alto. Siempre se pierde algo ahí: amigos, saludos, posibles ofertas de trabajo.
¿Pero son tan malas las apuestas para elaborar esta especie de tratado de ética sobre ellas? Tenemos dos puntos de vista en pugna: quienes las definen como un negocio ilegal contra aquellos que las defienden por ser un negocio en vías de legalización (y en tal caso resulta improcedente demonizarlas o, como decía un colega más arriba, criminalizarlas).
Un periodista al que respeto mucho por su idoneidad profesional e inteligencia estableció hace unos días una comparación entre Uber y la irrupción de las apuestas online en Chile, proponiendo que estas últimas se regularicen, paguen sus impuestos y entreguen un aporte adicional al fútbol chileno por usar sus campeonatos entre los apostadores locales. Mi primera reacción fue ir a su cuenta en X para refutar su comparación, pero desistí. En verdad pienso que el clima de las redes sociales en ocasiones obstaculiza el entendimiento sobre temas cruciales. Como sea, las equivalencias entre Uber y las apuestas en línea se agotan en la falta de regulación inicial del mercado en Chile, sin carga impositiva e introduciendo competencia desleal contra los negocios similares aprobados por ley. Y desde ahí empiezan enormes diferencias, partiendo por el hecho bastante evidente de que Uber es una aplicación que ofrece un servicio de transporte, el cual proporciona mediante el pago de una comisión asociada como porcentaje de cada viaje realizado, así que la mayor parte del dinero que se mueve en Uber se queda en Chile y, en consecuencia, genera empleo.
La ley 21.553 para Empresas de Aplicación de Transporte, más conocida como ley Uber, mejoró significativamente el estándar de seguridad para los usuarios, derechos y obligaciones para los conductores y pago de impuestos, básicamente. Los sitios de apuestas y juegos de azar en línea están dispuestos a pagar impuestos y a dar garantías a sus usuarios, pero aparte de eso (que es lo mínimo) casi todo el dinero que produzca su operación en Chile se esfumará hacia quién sabe dónde, porque todavía no está claro, y quizás nunca lo esté, quiénes son los dueños de este negocio que acumula sus ganancias en cuentas convenientemente establecidas en paraísos fiscales. El usuario de Uber recibe algo a cambio: un viaje. El apostador lo único que recibe es un viaje a seguir apostando. Hay que acordarse del personaje de Robert de Niro en “Casino” cuando dice que “la regla esencial es que sigan jugando y que sigan volviendo; cuanto más juegan, más pierden”. Esta es una verdad de índole matemática, infranqueable para cualquier apostador que se crea con la suerte o la intuición suficientes para vencer el algoritmo de las apuestas. Es posible ganar pequeñas sumas, pero la reiteración revierte cualquier atisbo de ganancia y lo transforma en pérdida. A no ser, claro, que existan sobornos o delitos de por medio, que es otro factor de riesgo asociado en el caso de las apuestas. Pero sólo por esta razón el periodismo debería mantenerse a buena distancia del mundo de las apuestas.
El periodismo debe esclarecer, iluminar la realidad donde abundan las sombras, entregar pistas certeras y comprobables de lo que es cierto y de aquello que no lo es, pero la publicidad de las apuestas y los juegos de azar es lo contrario: ensombrece, entrega falsas promesas de éxito, incluso de riqueza, y expone a las personas al vicio de la ludopatía. Un periodista jamás debería decir que es posible ganar dinero a través de las apuestas porque no es verdad. A lo mejor resulta una vez o dos, pero apostar habitualmente es botar la plata a cambio de una sensación de ansiedad que a ratos se confunde con entretención. El apostador no es feliz, más de alguno lo pasa mal, y la publicidad de las apuestas lo lleva directo al matadero con una sonrisa dibujada en el rostro de un periodista que hace mal uso de su credibilidad para convencerlo de que todo estará bien.
Adicionalmente, en Chile las apuestas y los juegos de azar están prohibidos por regla general. Esto significa que sólo pueden operar en el mercado aquellas empresas que están autorizadas por la ley, a modo de excepción. El último dictamen de la Corte Suprema también lo advirtió en sus fundamentos al citar el mensaje presidencial del 17 de junio de 1999 con motivo del primer trámite constitucional de la ley de casinos, promulgada seis años después, donde se reconoce la necesidad de regular y acotar la actividad para “asegurar con mayor eficacia el cumplimiento de los objetivos ineludibles de tutela y protección social que al Estado corresponde”. La Corte Suprema insiste en que “constituye una finalidad de la norma resguardar a las personas respecto de las posibles consecuencias sociales de los juegos de azar”. Por esta razón en Chile sólo se permite el funcionamiento de los casinos municipales y concesionados legalmente, los hipódromos autorizados y el sistema Teletrak, la Lotería de Concepción y la Polla Chilena de Beneficencia. Todas estas empresas, y el nombre de esta última lo deja aclara todo, dedican parte de sus ingresos a la beneficencia, como compensación a los eventuales daños que causan los excesos del juego y las apuestas en la población. También son sociedades anónimas con fines de lucro y se deben a sus accionistas, por supuesto, pero la preocupación por el bienestar de la población al menos en el papel es uno de sus objetivos exigibles. De modo que no es tan sencillo afirmar que las plataformas en línea sólo necesitan regulación para abrazar la legalidad. Hace falta más que eso, mucho más, para mitigar el daño que causan. No tener opinión sobre este asunto, o no hacerla pública si uno es profesionalmente responsable de esto, debería ser motivo de reproche ético en el ejercicio del periodismo. Y promover este negocio ilegal, aparte de la responsabilidad penal, es un verdadero atentado contra la buena fe del público. El deporte es juego y el periodismo deportivo valora su esencia que se contrapone a distintas manifestaciones del vicio, entre las cuales está incluida la ludopatía.
[…] periodista chileno Esteban Abarzúa publicó el artículo “Rol del periodismo: una apuesta de la que no se habla” en DeadBall. El fútbol de Chile fue cooptado por la publicidad de las casas de apuestas. “El […]