Si vamos a hablar de legado de los Juegos Panamericanos de Santiago 2023, el uso de la infraestructura levantada y la masificación del deporte en Chile deben ser los desafíos primordiales. Para ello es necesario que la actividad física llegue a lugares donde antes no llegaba, se popularice y fomente el desarrollo de la sana competencia interna por representar al país en las próximas convocatorias internacionales. Esto es una buena noticia para todos y eso incluye, por supuesto, a los grupos que históricamente se han encargado de gestionar, a través de sacrificios personales y familiares, el deporte federado nacional.
El caso de las atletas Berdine Castillo y Poulette Cardoch, perjudicadas en una decisión aparentemente inexplicable por parte del encargado de la posta 4×400 del Team Chile, está atravesado de punta a punta por estas consideraciones. Lo que ocurrió el sábado en la pista atlética del Estadio Nacional dejó en evidencia que todavía hay muchos acuerdos pendientes y falta de madurez en la búsqueda del objetivo común.
¿Y qué pasó? Hay versiones distintas, pero en los hechos el entrenador Marcelo Gajardo, designado por la Federación Atlética de Chile para dirigir la posta 4×400 femenina en los Juegos Panamericanos, hizo un cambio de última hora en la lista de entrada para la carrera. Sacó a Berdine Castillo y a Poulette Cardoch, que figuraban con el rango de titulares hasta ese momento, y ubicó en su lugar a Fernanda Mackenna y Violeta Arnaiz. Según él, la decisión era parte de sus atribuciones y si esperó tanto para comunicarla a las atletas fue porque estaba evaluando todas las variables involucradas. Para ser más claros: Gajardo dice que tomó en consideración las marcas recientes de las atletas, en los controles y en otras pruebas de los Panamericanos, así como la superposición con otras competencias, y que en ese contexto apeló a sus conocimientos, experiencia e instinto para elegir a las mejor preparadas. En buen chileno, podríamos hablar de una tincada. Una corazonada. Gajardo veía en mejores condiciones para correr esa carrera a Mackenna y Arnaiz. Un entrenador de su trayectoria, con las mediciones adecuadas y el trabajo específico necesario con cada una de las atletas, no debería tener problemas ni buscar pretextos para resolver quién está más apto o apta para participar en una prueba de velocidad. En otras palabras: Marcelo Gajardo es una autoridad competente para tomar la decisión que tomó, pero eso sólo aplica si hubiera trabajado full time con las atletas en la preparación de la posta y, en consecuencia, si hubiera contado con todas las mediciones pertinentes para afirmar, en concreto, que quienes se habían clasificado con marcas más bajas iban a correr más rápido ese día que quienes se habían clasificado con mejores marcas. La lógica de la posta, sin embargo, funciona de una manera distinta y el entrenador a cargo por regla general se encarga de detalles técnicos de la participación del equipo: se asegura de que entrene lo suficiente, de que no se les olvide entregar a tiempo el testimonio para no ser descalificadas y, básicamente, de repartir físicamente las camisetas de titulares a quienes ya están aceptados previamente como titulares. Es casi un trámite. O la mayoría lo entiende así: el entrenador de la posta en el atletismo es alguien que está ahí para apoyar a los y las atletas, para que no les falte nada y representarlas ante los jueces de ser necesario. Lo podemos plantear así: es una tarea bonita, desinteresada, como la que muchas personas desarrollan habitualmente, y casi siempre de manera anónima, en el deporte federado de Chile.
Pero Marcelo Gajardo designó en reemplazo de Berdine Castillo y Poulette Cardoch a dos atletas que pertenecen al Club Deportivo de la Universidad Católica, en el cual él trabaja. De hecho, es el entrenador de una de las favorecidas. Entonces lo que parecía desinteresado ya no lo parece tanto. No vamos a sorprendernos ahora con la existencia de estas prácticas: en un ambiente familiar como el deporte chileno es común que ciertas familias o grupos, por creer que han invertido más tiempo, dinero y trabajo en el proceso formativo de los deportistas, se sientan con el mejor derecho a recibir los honores correspondientes. En la pista nunca hay dudas sobre quién es mejor: el que gana. Pero hay viajes, premios, auspicios y convocatorias a selecciones nacionales que también se resuelven por criterios menos científicos. Las adversidades que debió enfrentar Tomás González como primer gimnasta olímpico de Chile son emblemáticas en este sentido. En sus comienzos lo postergaron por su lejanía con quienes dirigían entonces la federación de gimnasia.
Aquí es donde se entienden mejor las acusaciones de Berdine Castillo, por la polémica que se instaló en la pista cuando se hacía oficial su salida de las 4×400. Representantes de la federación atlética se acercaron donde Marcelo Gajardo y revirtieron su decisión, en medio de una agria discusión a la que se incorporó Ximena Restrepo, madre de la campeona panamericana Martina Weil. Será difícil discernir qué es cierto y qué no de todo lo que se dijeron ahí y cuál fue la motivación de cada uno de los involucrados, aunque la chileno-haitiana Berdine Castillo tuvo que escuchar referencias a su persona que no engrandecen al deporte nacional. La pregunta importante era quién debía correr por Chile en ese momento, pero también derivó en otras relacionadas: quién tenía los méritos necesarios para hacerlo y cuáles, en rigor, eran los méritos que debían ser tenidos en cuenta en primer lugar. En ese momento Berdine Castillo se transformó en una duda, más encima con un color de piel que hasta hace poco no se había visto en el Team Chile. La negra, advenediza, no estaba corriendo tan bien como para regalarle el cupo de las que siempre habían estado ahí haciendo méritos desde sus colegios de origen para competir por su país en los Juegos Panamericanos. No sabemos qué tan así es, pero eso es lo que entendió Berdine Castillo de todo lo que se dijo ahí. “En lo personal fui increpada de múltiples formas, llegando incluso a insultos que resultan imposibles de no vincular con racismo, clasismo, elitismo y otras expresiones de discriminación”, denunció este martes en su cuenta de Instagram.
Independientemente del lenguaje utilizado en la ocasión, que debe ser analizado a nivel de federación para determinar responsabilidades y exigir retracto y disculpas públicas, si procede, lo central de la discusión vuelve a la índole básicamente familiar de la práctica del deporte federado. Esas familias, en muchos casos, representan adicionalmente a clases con mayor acceso a infraestructura y recursos para la práctica deportiva. Desde un punto de vista ideológico los podríamos llamar privilegios. Privilegios de élite. En cierto sentido eso es correcto, porque sólo es cosa de repasar los apellidos en las medallas de oro obtenidas por Chile en Santiago 2023, a excepción de los campeones del karate y el patinaje. Es un sistema que está planteado de esta forma.
Sigamos con el ejemplo de la posta 4×400. Las elegidas por Marcelo Gajardo eran Martina Weil, Fernanda Mackenna, Stephanie Saavedra y Violeta Arnaiz. Las dos primeras formadas en el colegio Villa María Academy, la tercera en Estados Unidos y la última en el Sagrados Corazones de Manquehue. Gajardo, aparte de la filiación con su club, estaba eligiendo a representantes de colegios en los que el atletismo y otros deportes se volvieron tradicionales. Berdine Castillo nació en Haití y estudió en Recoleta; Poulette es de un colegio particular, pero de San Fernando.
El deporte no es ajeno a la realidad del país, pero su práctica iguala a los competidores y ayuda a evitar los prejuicios. Un campeón nacional vale por sus logros y siempre será el mejor representante de su generación, donde quiera que haya nacido. El orgullo de un país que pretende superarse día a día. Un campeón no es culpable de los privilegios en los cuales creció, porque a fin de cuentas les ganó a todos los que pudo para llegar a su máximo rendimiento. Sus familias también pueden sentirse orgullosas por el esfuerzo de todo una vida al servicio del deporte y el país al que pertenecen debe darles las gracias por todo lo que dieron. Un tipo de gratitud que no se transa, pero que no puede ir más allá de los aplausos y los reconocimientos necesarios, porque hacer deporte es competir y lo que se gana una vez hay que volverlo a ganar o dejarles un espacio a los que vienen detrás para escribir sus propias historias. De lo contrario, el deporte chileno todavía estaría bloqueado por los valores y la representación de la aristocracia de origen inglés que lo importó a nuestra tierra a fines del siglo XIX. La masificación y la movilidad social son inevitables.
Hace más o menos un siglo se vivió un proceso similar: la práctica del deporte en Chile enfrentó una etapa de popularización que no tendría paragón en el resto de su historia, cuando los gringos y la aristocracia cedieron terreno frente a la irrupción de chilenos y rotos. El primer chileno en los Juegos Olímpicos fue Luis Subercaseaux Errázuriz, quien en la práctica aprovechó sus contactos familiares para marcar presencia en Atenas 1896. El primer medallista olímpico de Chile fue un vendedor callejero de diarios llamado Manuel Plaza Reyes. En el deporte no importa de dónde viene uno, sino las carreras o los partidos que ganó. Subercaseaux Errázuriz tuvo que superar menos obstáculos que Plaza Reyes para llegar donde llegó cada uno. Eso es lo que hizo mejor a Plaza Reyes, competir con más rivales. El legado de los Juegos Panamericanos debería apuntar en esa dirección: sumar tantos y tantas Plaza Reyes como sea posible para que compitan y eventualmente desplacen a los estudiantes de los colegios particulares, sin dejar de valorar el esfuerzo de estos en el pasado y su continuidad en el futuro. Es deporte, no lucha de clases.
Berdine Castillo, finalmente, fue parte de la posta para la cual había sido inscrita, al revertirse parcialmente la decisión de Marcelo Gajardo. Poulette Cardoch, pese a que se le dio la posibilidad de elegir, no corrió porque a esa altura estaba muy afectada emocionalmente. Berdine Castillo marcó un tiempo de 53,8 segundos. Fernanda Mackenna hizo 55,8. Eso demuestra que los argumentos para borrar a una y poner a la otra estaban muy equivocados, demasiado equivocados. El ojímetro en el deporte suele ser una manifestación de otros intereses, tales como la cercanía, la amistad, el favoritismo, el clasismo, el nepotismo e incluso el racismo. Como sea, el entrenador de una selección chilena no debería equivocarse tanto en favor de aquellos y aquellas que conoce desde siempre. Se presta para otras interpretaciones.