El 2 de julio de 2017, pese a perder con Alemania la final de la Copa Confederaciones, Chile se sentía con los jugadores, el estilo y las ilusiones necesarias para jugar de igual a igual contra las mejores selecciones del mundo. Y ganarles. Siete años y cuatro entrenadores después, la meta es terminar en el séptimo lugar en una eliminatoria de diez dentro de Sudamérica. La llegada de Ricardo Gareca como nuevo director técnico de la Roja se ajusta a esas nuevas coordenadas espirituales del fútbol chileno, que pretende encontrar en él a un curandero más que a un gran estratega.
Gareca logró sanar a Perú de sus históricas heridas, amasó fama de hacer mucho con poco y lo metió en un Mundial después de treinta y dos años. En Chile se requiere la misma receta: si bien el periodo de abstinencia mundialista es más breve, la magnitud y la profundidad de las aflicciones requiere tratamiento de urgencia. La primera decisión es inevitable, donde ninguno de sus antecesores inmediatos tuvo éxito: ponerle punto final a la Generación Dorada para tener un equipo que responda plenamente a sus convicciones futbolísticas. No se trata de un acto de voluntarismo, sino de una necesidad: el fútbol lento y predecible de la Roja en los últimos años debe ser reemplazado por movimientos rápidos y jugadores en alza. El trabajo de un entrenador de fútbol consiste en inflar el globo, no en ralentizar la pérdida de aire.
Es duro, pero también lo fue ver rodar las cabezas de Reinaldo Rueda, Martín Lasarte y Eduardo Berizzo por sus dudas en el recambio. Los tres hicieron el intento de congeniar sus propias ideas con la presencia central de algunos futbolistas que estaban listos para despedirse como héroes en el Mundial de 2018. No resultó, básicamente porque se trataba de prórrogas firmadas por la frustración y la derrota. Es justo que una eliminación dolorosa genere un ánimo de revancha, como lo que pasó entre el Mundial de 2014 y la Copa América de 2015, pero esa lógica se agota cuando hablamos de jugadores con más de 35 años.
Aunque no alcanzó a brillar demasiado con Perú, el Tigre Gareca se dio el gusto de hacer competitivo a un plantel que en nombres siempre figuró por debajo del nivel de Chile. Ahí está la fuente del bien ganado respeto continental que consiguió en la última década, la razón por la que ahora tiene la oportunidad de sacar a la Roja de su oscuro presente. Su buen ojo para sumar jugadores a un plan de juego enfocado principalmente a los resultados: el ojo del Tigre Gareca. Sus chances son buenas si logra encontrar un equipo que incomode a los rivales, en vez de ser incomodado permanentemente por estos. “Eye of the Tiger”, el tema central de “Rocky 3”, siempre nos recordará eso: “Sólo un hombre y su deseo de sobrevivir”.
En rigor, Ricardo Gareca viene a cerrar el círculo que él mismo abrió en 2017, cuando apartó a la Generación Dorada de Chile de su último sueño en la Copa del Mundo. Ahora tiene que jubilarlos. No es tan terrible, es fútbol.
*Publicado originalmente en Las Últimas Noticias.