Arturo Vidal vuelve a Colo-Colo después de casi diecisiete años, ¿pero a qué vuelve? La pregunta tiene algo de insolencia: a los reyes, y Vidal es uno de ellos en el mundo del fútbol, no se les discute ni el tamaño de la sombra. Vuelve a los pastos donde todo empezó, al camarín de las primeras ilusiones, al espíritu de ese día de mediados de 2006 en que Arturo Sanhueza y Miguel Riffo se acercaron al entrenador de Colo-Colo para comentarle que no necesitaba pedir un nuevo central de refuerzo porque ese cabro que según las bromas de turno se parecía en el pelo a Celia Cruz estaba listo para ganarse el puesto y romperla. A su casa nomás vuelve.
Cuando se fue tenía 20 años, tres títulos de Chile y el usuario crack_23 que acumulaba decenas de comentarios en cada foto que subía a Fotolog. Hoy regresa con 36, otras veintidós copas de distinto calado y veintiún millones de seguidores en Instagram con la cuenta kingarturo23oficial. En el camino se casó, tuvo tres hijos, se separó y volvió a emparejarse. Armó y desarmó casas en Alemania, Italia, España y Brasil. Aprendió frases en italiano y en portugués, un puñado de palabras en alemán que quizás ya ni recuerda, pero es claro a esta altura que la vida no le pasó por el lado: él le pasó por encima, a lo Vidal, como en esa final del Metlife Stadium en que los rivales argentinos parecían resignados a rebotar apenas en cada choque contra su humanidad.
La vuelta es larga pero el retorno provechoso, con las obligaciones mínimas de quien viene a reconocer los primeros pasos y las viejas costumbres. Arturo Vidal, el hijo de Jacqueline, el hijo de Erasmo, el Cometierra en Rodelindo, ya está aquí, después del Allianz Arena y el Camp Nou, San Siro, Maracaná y Wembley. Tantas batallas, tantas piezas capturadas. Se fue con una cresta incipiente, volvió con una que parece casco de centurión. Ya no hay nada que demostrar, todo lo que se podía ganar viene con él en sus alforjas. Hacer memoria es volver a ser feliz.
El estadio Monumental de Colo-Colo era un pequeño coliseo en el que se cantaban antiguas glorias en una pequeña provincia llamada Chile. No era un páramo, nunca lo será mientras perviva ahí el nombre de David Arellano, pero el polvo suele acumularse en los rincones o encima de la mesa cuando la desidia de turno hace lo suyo. Los grandes clubes del mundo no son inmunes a la negligencia y Colo-Colo es un buen ejemplo, pero las historias que se cuentan de antaño todavía alimentan el fuego salvaje de sus ancestros. El Monumental no es un páramo y hoy lo recibe de vuelta con las dos primeras estatuas del Invencible Ejército Fantasma de Macul: las estatuas de Caszely y Chamaco, a las que un buen día se unirán la de Barti, la de Paredes, la suya. ¿A qué vuelve Arturo Vidal a Colo-Colo? A sentir otra vez lo que sentía al comienzo de su historia y a que otros, sobre todo los que están por venir, sientan lo mismo en su nombre. El rey vuelve a casa para hacer su último viaje hacia la inmortalidad.
*Publicado originalmente en Las Últimas Noticias.