Por Esteban Abarzúa
Atalanta es uno de los leones que tiran el carro de Cibeles en la célebre fuente donde Real Madrid suele celebrar sus títulos. La Cibeles, de tan grave mirada, es un lugar de alegría. Ahí los festejos duran hasta la madrugada, pero Atalanta y su compañero Hipómenes tiran del carro con la cara larga, condenados eternamente a no poder mirarse luego de ofender a la diosa. Es una historia de amor y tragedia convertida en mito. También una historia de fútbol desde los márgenes, entre abrazos, cervezas y «Hala Madrid».
La escultura fue terminada en 1782, por encargo del rey Carlos III de España. El 17 de octubre de 1907, un grupo de estudiantes de la ciudad italiana de Bérgamo, en la región de Lombardía, eligieron el mito de Atalanta para honrar su pasión por el fútbol, embelesados por el origen de su romance con Hipómenes. Consagrada a la diosa Artemisa, la cazadora, la heroína se ufanaba de que nadie podía vencerla en una carrera y lanzó un desafío a sus pretendientes: se casaría con aquel que pudiera derrotarla, pero los perdedores serían castigados con la muerte. Hipómenes, envalentonado, le pidió ayuda a la diosa del amor, Afrodita, quien le dio tres manzanas de oro de sus jardínes para que las dejara caer durante la prueba y distrajera de ese modo a Atalanta. La tercera manzana, hechizada, fue la que le permitió ganar la carrera. Es la historia que llenó de entusiasmo a los cinco fundadores de la Società Bergamo de Ginnastica e Sports Atletici Atalanta, hoy Atalanta Bergamasca Calcio: para merecer el amor de Atalanta hay que desafiar a la muerte.
La Atalanta es el club con más participaciones en la Serie A (59) entre los que nunca han ganado el scudetto. Tiene sí un título en la Copa Italia (1963) y ganó cinco veces la Serie B, pero la última temporada la llevó a la Liga de Campeones de Europa al rematar en el tercer lugar de la primera división italiana con Gian Piero Gasperini en la banca. No sólo eso: ya en la Champions se clasificó a octavos de final para enfrentarse en duelos de ida y vuelta con el Valencia de España, fijados para el 19 de febrero y el 10 de marzo. Con un aforo de 24.632 asientos en el estadio Atleti Azurri d’Italia de Bérgamo, el club decidió jugar de local en el estadio San Siro de Milán, con capacidad para 80.018 espectadores. Entre una sede y otra hay 59 kilómetros de distancia por la autostrada Serenissima.
Gasperini logró entusiasmar con sus ideas futbolísticas a los bergamascos prácticamente desde su primer primer día a cargo del equipo en junio de 2016, aunque perdió cuatro de sus cinco juegos iniciales. Lo mismo le ocurrió antes en el Inter y lo despidieron de inmediato, pero eso no era una noticia nueva para los tifosi de Atalanta, acostumbrados a vivir el fútbol in bocca al lupo. Decidieron esperarlo y así empezaron a caer las alegrías hasta que en mayo de 2019 pudieron timbrar su boleto para acompañar a los grandes de Europa.
El estreno en Champions, sin embargo, fue durísimo. Tres derrotas en tres partidos: 4-0 ante Dinamo Zagreb, 2-1 con Shaktar Donetsk y 5-1 frente a Manchester City. Todo cambió en los tres partidos siguientes y el último duelo, en Ucrania, torció su destino: un contundente 3-0 como visita conseguido el 11 de diciembre, cuando pasearse por Europa era como salir a jugar a la plaza para los europeos.
En el sorteo de la siguiente ronda tocó Valencia y 44.236 personas llegaron a San Siro para presenciar la mágica noche de Atalanta. Unos dos mil quinientos españoles y el resto bergamascos que viajaron por vía terrestre. Los trenes llegaban atiborrados a Milano Centrale el 19 de febrero. Los primeros casos de infección por coronavirus en Roma se confirmaron el 31 de enero. En Lombardía nunca se logró detectar al paciente cero y el primer caso se informó recién el 21 de febrero: un hombre de 38 años en la localidad de Lodi que una semana antes asistió a un centro médico y salió de ahí con un diagnóstico de simple gripe. El virus ya estaba en la región desde mucho antes, al menos desde fines de enero. El primer caso de Covid-19 en México, por ejemplo, fue un hombre que acudió a una convención en Bérgamo entre el 14 y el 22 de febrero. En Cataluña lo mismo: una mujer de viaje por Milán y Bérgamo del 12 al 22 de febrero.
El inmunólogo Francesco Le Forche, profesor de Reumatología en Ciencias Biomédicas de la Universidad La Sapienza fue el primero en deslizar que el Atalanta-Valencia del 19 de febrero fue una bomba biológica cuyas consecuencias, un mes después y contando, causan estragos en Lombardía, la zona más afectada del mundo por el paso del coronavirus. Y también en España. El alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori, más recientemente, suscribió la teoría. El desfase entre el contagio y la aparición de los síntomas, que puede tomar hasta catorce días en algunos casos, generó en Italia una automática pérdida de la trazabilidad en las líneas de contagio. Peor aún, hay otros dos factores que jugaron en contra: la lenta respuesta de los sistemas de salud que inicialmente confundieron a los enfermos de Covid-19 con una gripe común y la tardanza en la obtención de los resultados una vez que se realizan los exámenes. Un paciente asintomático puede contagiar a media ciudad antes de que llegue a sospechar que está enfermo. Al 25 de marzo, Italia tenía 74.386 casos contagios confirmados por coronavirus y 7.503 muertos; Lombardía: 32.346 contagiados y 4.426 muertos. Sin ser foco del brote original en la región, desde el 8 de marzo Bérgamo es la ciudad con más casos de coronavirus en Italia. Y si es correcta la proyección de que sólo el diez por ciento del total de casos reales pasa a engrosar la estadística de casos confirmados, dada la gravedad de sus síntomas, es posible que la mitad de la población de Bérgamo estuviera contagiada hacia el 25 de marzo.
Los tiempos calzan.
China decidió el lockdown de la provincia de Hubei, con 60 millones de habitantes, el 23 de enero. A pesar de esa experiencia, casi un mes después los tifosi de Atalanta no hablaban de otra cosa que de llenar San Siro y disfrutar el partido de sus vidas y en toda Italia miraban con simpatía su aventura en la Champions. Atalanta le ganó 4-1 a Valencia en una especie de carnaval para los que creen en el lugar común de los clubes pequeños en el fútbol. La fiesta se inició temprano, con la invasión de los visitantes visitante en la Piazza del Duomo, continuó en San Siro y se disipó entre los bares y los trenes de regreso a casa. Los hinchas de ambos equipos trabaron amistad, bebieron cervezas de la misma botella y terminaron cantando abrazados por las viejas emociones que el fútbol les traía de vuelta. Los cuatro goles de Atalanta dejan testimonio de un partido que pretendía ser inolvidable: el centro de Papu Gómez que el holandés Hateboer capturó en la boca del arco, un derechazo del esloveno Ilicic que le dobló la mano al arquero rival, el remate al ángulo del suizo Freuler y el carrerón final de Hateboer que él mismo se encargó de finalizar. ¿Aquello no era la gloria?
Nadie lo vio venir. ¿O nadie quería verlo? Incluso con la suspensión preventiva de la Serie A en la primera semana de marzo, y la decisión inicial de la UEFA de jugar a puertas cerradas los partidos de vuelta de la Champions en su etapa de octavos de final, la revancha entre Valencia y Atalanta en España movilizó a multitudes el 10 de marzo. Tres mil seguidores de Valencia llegaron al lugar de concentración de su equipo para desearle suerte en su partida rumbo a Mestalla para disputar el juego en el que Atalanta, uno de los equipos más goleadores de Europa, volvió a encantar: ganó 4-3 de visita y se metió entre los ocho mejores de la Champions. Con cuatro goles de Josip Ilicic. Luego de la victoria los jugadores pidieron que nadie fuera a recibirlos al aeropuerto al día siguiente y le dedicaron un emotivo mensaje a su hinchada: «Bergamo è per te. Mola mía!». Bérgamo, es por ti. No te rindas.
El futbolista Alejandro «Papu» Gómez, una de las estrellas del equipo, resumió hace un par de días la situación a la que se enfrentan, en una entrevista a Sky Sports: «En los últimos cuatro años con Atalanta hemos dado mucha felicidad a una ciudad entera. Lo que vivimos ahora es algo terrible, que todavía no sé explicar, no afecta solo a Bérgamo sino a toda Lombardía y toda Italia. Somos el país más afectado. Deberíamos estar felices por nuestros resultados como club, orgullosos, pero ahora tenemos que pensar en las familias que están sufriendo».
El poeta romano Ovidio, en el libro X de «La metamorfosis», relata brevemente la parte final del mito de Atalanta e Hipómenes, luego de la tentación de la manzana, una historia del tipo Eva/Adán pero con los roles invertidos. Unidos por su heroísmo en arriesgadas aventuras, un día, empujados por la lujuria, se hicieron el amor en un templo dedicado a la severa Cibeles. La diosa pensó primero en ahogar a los amantes en el río Estigia, pero decidió un castigo que durara por toda la eternidad. Los convirtió en leones, porque los antiguos creían entonces que estos animales no se apareaban, y los ató a su carro para que lo tiren hasta el fin de los tiempos. Desde ese lugar en la mitología clásica, la figura de Atalanta ha sido testigo a la fuerza de varios festejos de la Champions ofrendados por otros a Cibeles. Su sueño tenía un desvío hacia una pesadilla.