Por Cristian Arcos

 

La balada de Lucho Pato

Luis Núñez llega treinta minutos después de la hora convenida. Se disculpa de inmediato. No tenía cómo llegar a la estación de servicio que él mismo había fijado como locación para esta charla. Ya no tiene auto. No le interesa. Está enfocado en otras cosas. Se sienta y no pide nada, pese a mi insistencia. Los desconocidos que nos rodean lo reconocen. Murmuran. Como en la cancha, este puntero derecho no se esconde. Al contrario. Habla sin esquivar la mirada. A cara descubierta. Asegura que ya le pasó todo lo que podía resistir, por errores propios y ajenos. Escucho su relato con atención y coincido. A Luis Núñez le pasó de todo.

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“Mi nombre completo es Luis Patricio Núñez Blanco. Nací y crecí en la comuna de San Joaquín, en la población La Legua. Viví allí hasta los diecinueve años, cuando me fui a jugar a Estados Unidos. Pero siempre volví. De chico era bueno para la pelota. Llegué a la Universidad Católica a los diez años. Se jugó un torneo que organizó Mirko Jozic. El campeonato se llamaba “Ruta al éxito” y jugaban equipos de todas las comunas de Chile. Jugué por la población La Legua dando como tres o cuatro años de ventaja. Tenía nueve y mis compañeros trece o catorce. Me vieron de Colo-Colo y me citaron a una prueba en Quilín. Un tío, hermano de mi mamá, me llevó. El entrenador de Colo-Colo no me quiso atender y me dijo que fuera al día siguiente. Ahí estaba Andrés Alvarado, un dirigente de la Católica y me preguntó si quería ir a probarme a la UC. Fui al otro día a Santa Rosa de Las Condes. Me acompañó el mismo tío y quedé seleccionado altiro. Me sacaron carnet esa misma tarde.

A mi mamá le gustaba el fútbol y siempre fue hincha de la UC. Mi padrastro, quien me crio desde los cinco años, también era cruzado. Cuando jugaba a la pelota con mis vecinos ellos tenían la camiseta de Colo-Colo o de la U y yo usaba la de Católica. Siempre fui cruzado. Frente a mi casa había una cancha y jugaba todo el día.

Mi tío Luis Blanco era taxista. Me pasaba a dejar a Santa Rosa de Las Condes y después en la tarde me iba a buscar. Regresaba taxeando conmigo al lado. Después, cuando nos cambiamos a entrenar a San Carlos de Apoquindo, hacía lo mismo. A veces llegaba a mi casa a las diez de la noche. Cuando mi tío no podía llevarme, mi mamá le pagaba unas monedas a algún vecino más grande del pasaje para que me acompañara. Después me empecé a ir solo, en micro. En la mañana iba al colegio, a veces no alcanzaba ni a almorzar y partía a San Carlos. Me demoraba como tres horas de ida y tres de vuelta.

Mis primeros profesores en la Universidad Católica fueron Miguel Avilés y Pablo Hewstone. Después me dirigieron Fernando Díaz y Óscar Meneses. Desde chico fui desordenado. En la UC me llevaron a vivir al centro de formación en San Carlos de Apoquindo, pero yo me escapaba porque era muy pegado a mi población, a La Legua. En ese entonces era un barrio tranquilo, no existían los balazos: todo el día era fiesta, la gente estaba alegre. Fui muy feliz allí. Los partidos eran bravos. Yo soy el único futbolista que es realmente de La Legua, de la Emergencia. El resto que dice que es de ahí, no es cierto. Son de más afuera. La gente antes era unida, y si habían peleas eran cosas chicas. Yo nunca tuve un problema. Transitabas a la hora que querías y nadie te decía nada.

Hoy La Legua es peligrosa. Hay muchas cosas que no son culpa de la gente que vive ahí. Se hicieron planes de gobierno, a través de intervenciones, pero resultaron peor. Llenaron de policías lugares donde la gente vivía tranquila. Ahora abres la puerta de tu casa y te encuentras lleno de pacos con la cara tapada. En vez de generar tranquilidad, te da temor. En vez de hacer más canchas llenan todo de carabineros. Todos esos niños que están metidos en problemas fueron a España a jugar en la Copa Chilectra y después no tuvieron oportunidades. Tengo ganas de hacer algo social en La Legua, una escuela de fútbol. Es un plan que tengo a futuro.

En la Católica me mandé hartas embarradas. Muchas veces. Me enviaron a préstamo a Municipal Las Condes por un acto de indisciplina. Empecé a llevar amigos de la población a la UC. Ya éramos dos o tres y hacíamos más distorsión. Del club no tengo nada que decir. Siempre quisieron que fuera un buen jugador. Trataron de ayudarme en todo y fui yo el que no aproveché esas oportunidades.

En 1999 me fui a jugar a Estados Unidos. Cuando era chico un dirigente de la UC, Jorge Alvear, me dijo que me iba a llevar. Un día me llamó Gino Valentini. Me dijo que me iba a préstamo a Estados Unidos en dos semanas. Fui con el coordinador Jorge Sullivan a sacar visa y pasaporte. Estuve un año en Jacksonville. Fue una experiencia muy provechosa. Primero, ir a lugares donde uno siempre soñó. Y jugar con el Pindinga Muñoz. Cuando era chico lo veía jugar en la UC y era un ídolo para mí. No podía creer que jugaría con él. Jorge se portó muy bien conmigo. Se quedó a vivir allá. Había otro chileno, Alejandro González. La primera vez que fui, viajé con una prima. Ahí se conocieron, se casaron y siguen juntos. En Estados Unidos jugué contra Carlos Valderrama, Leonel Álvarez y pude conocer Disney: estuve tres días allá. El equipo desapareció y nos tuvimos que venir”.

El nombre de Luis Núñez ya circulaba en el ambiente futbolero, sobre todo en las de divisiones menores. Este atacante que manejaba ambos perfiles mostraba en la cancha la misma rebeldía que exhibía fuera de ella. Una lucha interna donde muchas veces perdió, que estancó una carrera que parecía despegar en cualquier instante. Como tantos jóvenes con aptitudes enormes, Núñez regalaba gambetas y filigranas por doquier. Como dice el lugar común, hacía fácil lo difícil.

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“De regreso de Estados Unidos llegué a Colo-Colo. Era el año 2000. Armaron un equipo sub-23 donde jugaban Ignacio Quinteros, Manuel Villalobos, Claudio Maldonado, Francisco Arrué y Claudio Bravo, que estaba empezando. El técnico era Nelsinho Baptista. Estuve un mes. Alfonso Sweet había comprado Magallanes y me ofreció ir. Era un buen contrato, buenas lucas: sacarme de La Legua, llevarme a vivir a otro lado y la chance de jugar con continuidad. Ahí conocí a Francisco Huaiquipán y a Richard Olivares; el entrenador era Guillermo Yávar.

Anduvimos bien ese año. El Huaiqui tuvo la posibilidad de ir a Colo-Colo. En ese tiempo llegó Pablo Tallarico a representarme. Trabajaba con Fernando Felicevich. Fue antes de que se pelearan. No tengo nada malo que decir de ninguno de los dos. Conmigo se portaron siempre muy bien. Ellos me llevaron de Magallanes a San Felipe, que estaba en Primera División. Ahí tuve mi mejor rendimiento. Un año y medio a buen nivel con Hernán Clavito Godoy como técnico, pero la situación económica del club no era buena. Cuando llegué llevaban como tres meses sin cobrar sueldo. Me quería ir. El Manteca González me agarró y me dijo que no partiera a cualquier parte. Que tenía nivel para irme a un equipo grande, a uno de Santiago que fuera sólido económicamente. Mientras tanto, que me quedara allí. Me pasó la jineta de capitán para motivarme. Me quedé. Para arreglar el tema de las lucas cobrábamos entradas nosotros mismos, los jugadores. Abríamos una sola puerta en el estadio y vendíamos las entradas. Salíamos con la mochila llena de billetes y la repartíamos en el camarín.

Anduve muy bien en San Felipe. Jugamos contra Católica y le hice un gol. Ahí mismo se me acercó el técnico cruzado Jorge Pellicer y me preguntó si me tincaba irme a la UC. Obvio, le dije. Me prometió que hablaríamos después del torneo. Ese año salieron campeones y Pellicer me invitó a la final contra la U, que ganaron a penales.

Yo estaba convencido de que me iba a la Católica, pero terminó el campeonato y no me llamaba nadie. Fernando Carvallo se fue como técnico a la Unión Española y me pidió. Llegaron Tito Tapia, Lucho Jara, Manuel Neira y yo. Llevaba dos semanas entrenando y me llama por teléfono Pellicer. Me dice que me está esperando en Constitución, donde la UC estaba haciendo la pretemporada. Le dije que nadie me había llamado. Hablé con Fernando Felicevich y me contó que hubo un acercamiento, pero no llegó a acuerdo económico con Andrés Tupper, el presidente del fútbol en Católica. Agarré el teléfono y le conté a Pellicer. Me dijo que me llamaría en dos minutos. En menos tiempo me avisa que está todo listo, que mis representantes vayan a hablar con Tupper, que le había dicho que era prioridad. Eran las cuatro de la tarde y la noche hispana, con la presentación de los nuevos refuerzos, era a las ocho. Le dije a Felicevich que me iba a la UC, que quería jugar allá. Firmé por cuatro años”.

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Jugar en el equipo del que se es hincha toca la fibra de cualquiera. Los futbolistas no son ajenos a esta sensibilidad. Si bien son profesionales y defienden la camiseta que los contrata, distinto es cuando representan al cuadro que siempre soñaron.

Derrumbando los prejuicios que instalan a la UC como el equipo de la gente de origen pudiente, Núñez seguía siendo fanático de esos colores. Inició un romance con los hinchas que aún permanece. Esta conversación fue interrumpida por un aficionado, quien con amabilidad pidió una foto con el exatacante. Pese a los años transcurridos, el vínculo entre Núñez y la franja permanece inalterable. Pese a todo.

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“Mi primera temporada en Católica fue muy buena, pero me volví loco, no lo supe aprovechar. Fue un período raro. Coincidió con la muerte de mi madre. Eso me derrumbó. La necesidad de tenerla, de demostrarle que había llegado donde ella quería… Siempre quiso verme jugar en el primer equipo de la UC. Mi mamá era la persona que me frenaba, la que me guiaba. Quizás si mi mamá hubiera estado viva yo todavía estaría jugando y no habría cometido los errores que cometí. Ella murió de cáncer, en un mes. Sintió un dolor, tuvo el diagnóstico y se fue.

Yo me descontrolé en todo sentido. Venir de La Legua y andar en un auto Audi, vivir frente al Parque Arauco. La fama, ser conocido, las lucas: me rodeé de mujeres que no eran las mismas a las que estaba acostumbrado. La UC es la UC, te cambia todo. No es usual que llegue a jugar un tipo que proviene de la población más marginal del país. En un instante dejé de ser del montón. La gente, el hincha, me quería mucho. No supe cómo aprovecharlo. Fue parecido a lo que ocurrió con Gary Medel, pero él se centró justo a tiempo. Estaba cometiendo los mismos errores que yo. El fútbol te genera muchas cosas y algunos no estamos preparados para manejarlo.

Ser futbolista es un sacrificio demasiado grande para alguien que viene desde donde yo vengo. Nosotros íbamos a entrenar y con suerte comíamos un pan con chancho y nada más. Me separé de mi familia tras la muerte de mi madre. Dejé a mis hijos con mi mujer. Todo eso en dos o tres meses. Me porté mal. Lo único que tenía claro es que tenía que estar entrenando a las 9:30 de la mañana en San Carlos y que terminaba a las 13:00. El resto del día era una locura. Pese a todo, no tengo nada que decir de la UC porque las irresponsabilidades fueron mías, fueron mi culpa. Ellos hicieron todo por mí. Yo podría estar todavía en el club. Tenía el respaldo de la gente para tomar otro camino, quedarme tranquilo, pero las luces, ser joven, la inmadurez me llevaron a cometer errores. Son decisiones equivocadas que hoy me refriegan en la cara.

Tuve la opción de ir a Colo-Colo nuevamente. Cuando quedaba poco para el final del torneo ocurrió la pelea con Arturo Sanhueza. Nos agarramos en la cancha y seguimos hasta los camarines. Por eso no me quise ir. Ellos estaban ganando todo, era difícil para mí entrar en ese equipo. Han pasado diez años y esa pelea aún sale en las noticias, como si fuéramos enemigos. Eso pasó y nunca más tuvimos un problema. Pero irme a Colo-Colo justo en ese momento habría sido complicado”.

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Muchas veces el bien y el mal definen por penal. En esa lucha cerrada, Luis Núñez perdió varias veces. El rendimiento fue decayendo desde que dejó la Universidad Católica. Desempeños irregulares en Universitario de Perú, la homónima Universidad Católica —pero de Ecuador—, Palestino, Ñublense y O’Higgins. La chispa no era la misma. Todo le costaba el doble. Entendió que el cierre de su carrera estaba cerca y era inevitable.

Núñez comenzó a jugar otro partido, contra la ley y contra sí mismo. Ya en San Felipe tuvo un incidente con un árbitro. Braulio Arenas, encargado de impartir justicia, no encontró mejor ofensa que dispararle una frase feroz. “Córrete, traficante de La Legua”. El futbolista estalló. Ni la amonestación inicial ni la expulsión lograron calmarlo. Tras el pleito denunció al juez. Pero el germen, el comentario, ya estaba instalado. El vínculo entre la droga y él era un secreto a voces.

El final de su carrera estuvo cercado por sus dos detenciones. En el 2012, involucrado en una banda que se dedicaba al robo de cajeros automáticos. Un año después, un dato anónimo dirige a la Policía de Investigaciones a una bodega en La Serena. El contenido reservado en el lugar resultó ser marihuana: 136 kilos, para ser precisos. No fue necesario un interrogatorio muy feroz para que los atrapados dieran el nombre de Luis Núñez como financista de la operación. Purgó cincuenta meses de reclusión. Salió en libertad el 12 de noviembre de 2017.

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“Dejé de jugar en Deportes Concepción. Yo estaba en Huachipato y bien, aunque no jugaba mucho. Llega el Pato Almendra y me dice que en Conce necesitan un diez. Me dijo que Pablo Tallarico estaba detrás del proyecto. Me fui. Empezó todo bien, pero pronto se vino el problema económico. Nos pagaban la mitad del sueldo, luego el 70%. Sentí que perdía lo lindo del fútbol. Me desmotivé. Más encima me lesioné y jugué lesionado. No rendía. Así y todo estuvimos a punto de subir. Me quedaban seis meses de contrato. Me di cuenta de que Tallarico no le iba a pagar a nadie y decidí volver a Santiago.

Tuve la posibilidad de entrar a un reality, pero al final no se dio. Decidí no jugar seis meses. Conocí gente que no tenía que conocer y terminé donde no tenía que terminar. Uno de ellos era hincha de la UC. Poco a poco me empecé a meter con ellos y cuando fui detenido ya estaba completamente metido. Son cosas que pasan en la vida. Hoy siento que me tenía que pasar porque gracias a eso recuperé a mi familia, a mis hijos. Antes yo pasaba por afuera de la casa de mis hijos diez veces al día y no paraba ninguna, ni siquiera a saludarlos. Ese estilo de persona era yo. Pensaba que con doscientas o trescientas lucas al mes mis hijos eran felices. Cuando me detuvieron, el primer día, fueron mi mujer y mis hijos. Ella me dijo: «Nosotros vamos a estar contigo, tus hijos te van a esperar, pero no quiero a nadie más a tu lado. Yo soy tu mujer y se acabó». Decidí dar vuelta la página a todo lo demás, empezar una nueva vida. Hoy vivo cosas que jamás viví. Mis hijos más chicos tienen doce y ocho años, y yo nunca había vivido con ellos. De algo muy malo me pasó algo muy bueno. Paso el día con mis hijos. Mi hijo mayor tiene diecinueve años y voy con él a todas partes, le doy tiempo. Yo nunca había criado. Tengo cuatro hijos, dos hombres y dos mujeres.

Soy muy creyente. Creo que Dios por algo hace las cosas. Si no me hubiera ido preso quizás dónde estaría, haciendo quizás qué cosas. Me apoyo en mi mujer y mi familia para que las cosas me resulten.

En la cárcel conocí gente que me enseñó mucho. Había de todo: delincuentes, gánsteres, gente que jamás me imaginé. Estaban los mejores ladrones, los mejores traficantes. En lo suyo ellos eran los mejores y siempre me decían que yo era distinto. En la cárcel estuve en un lugar donde no cualquier preso vive. Eso fue porque era conocido, futbolista. Esta gente me protegía.

Uno no le toma conciencia al cariño que genera. Cuando eres conocido el cariño se demuestra en la disco, en andar hueviando. Pero en la cárcel te encuentras con gente que tiene condena a veinticinco años, que esperaba los partidos para verme jugar, porque eran de la UC.

De chico yo tenía un amigo, Patricio Díaz. Cuando mi tío ya no podía llevarme, él me daba plata. En ese tiempo ya andaba en cosas raras porque siempre tenía dinero. Era hincha cruzado y me compraba los mejores zapatos. Me lo encontré preso. En la cárcel también conocí a un tío que siempre quise conocer. Me rodeé de gente que me hablaba de fútbol. Contratamos DirectTV y veíamos fútbol todo el día. Ellos me decían que cuidara a mi familia, a mi mujer. Los consejos que no recibí en la calle los encontré en la cárcel.

Nunca fue un excompañero a verme. Dicen que en la cárcel y en los hospitales se ven los amigos de verdad. Cuando los llamaba para algún beneficio sí me ayudaron. Nunca me dijeron que no. Tengo que agradecerle a Carlos Soto, del Sifup, quien estuvo presente siempre. Varios compañeros fueron a jugar a la cárcel. Por ejemplo, el Kike Acuña y Rodrigo Pérez, pese a que nunca fue compañero mío, siempre estuvo. También fueron Iván Zamorano, Pablo Contreras, Frank Lobos, Eros Pérez y Milovan Mirosevic. Ellos siempre iban a los partidos.

Hoy no necesito amigos. Conocí algo nuevo. Mis hijos, mi mujer y mi entorno, que no son más de cuatro o cinco personas. Me da lo mismo tener un auto. La más extrañada con este cambio es mi mujer. Ella me conoció de chico. Yo tenía veinte años y ella quince. Me soportó, me perdonó todo lo que he hecho. Ella se sorprende porque paso todo el día en la casa.

Una vez dije que quería volver a jugar, pero porque tenía ganas de que mis hijos me vieran como futbolista. Ellos crecieron y no los hice parte de mi vida. Pero tendría que ser algo muy concreto. Después de cincuenta meses sin hacer nada el cuerpo lo siente. Hoy juego un partido y quedo muerto.

Ahora estoy dedicado al reciclaje. Mi papá tiene una empresa. Hace un tiempo lo estafaron. Le robaron ciento cincuenta millones de pesos con una empresa donde quiso invertir. Me metí a trabajar con él con un poco de plata que me quedaba de cuando jugaba. Me instalé en San Felipe. Traje al Manteca González a trabajar conmigo como una forma de agradecerle lo que hizo por mí. En esa ciudad me quieren mucho, eso me impresiona todavía. Después de cincuenta meses en la cárcel la gente no me discrimina por lo que hice. Me siguen recordando como el Lucho Núñez futbolista. Esa es una gran oportunidad.

Salí el 12 de noviembre del 2017. Estos meses han sido rápidos, locos. Tengo mis proyectos para el 2018 muy claros. Haré el reciclaje de la cárcel. Le compraremos todo el plástico y las botellas.

Volveré a la cárcel a jugar. Nostalgia tengo. Yo sé lo que es esperar que un amigo entre por la puerta a jugar un partido contigo. Es una felicidad absoluta. La rutina adentro te mata. Es todos los días lo mismo. Todos. Ver a un amigo entrar es como ir al mall, a la playa. Te cambia el día, la semana, todo. Duermes distinto, relajado. Yo lo viví.

En la cárcel hay gente buena y gente mala. De todo. Pero hay cosas que se respetan. Eso es raro. En un lugar donde se supone que no existe el límite, hay cosas que se respetan demasiado.

Creo que soy un buen tipo. Conocí el infierno y el cielo. Estuve dos veces detenido. Ahora sé lo que tengo que hacer para estar bien. El fútbol me dio a la Católica, la plata, todo. Y no supe aprovecharlo ni valorarlo. Quise seguir en la fiesta. Hoy tengo otra chance. El premio mayor fue recuperar a mi familia. Soy fuerte. Pude soportar todo lo que la vida me ha dado. Lloré, sufrí.

Hay cosas que hay que vivirlas para saber lo que son.

Soy el único futbolista que ha jugado en todas las canchas. En el barrio, en la tierra, en el pasto, el cemento, la arena y la cárcel. Y he salido victorioso en todas ellas”.

***

La charla concluye. Se despide afectuoso. Un par de hinchas adolescentes lo esperan con una camiseta de Universidad Católica en las manos. Escribe su nombre con mano firme. “Grande, Lucho Pato”, dice uno, mientras el otro sonríe, nervioso.

*Del libro «Héroes. Barro sudor y lágrimas en 15 historias olvidadas del fútbol chileno», de Cristián Arcos.

 

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Por eabarzua

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