Kristel Köbrich entra con la antorcha por la Escotilla 8 del Estadio Nacional. «Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro», dice el pasado a su espalda. El mensaje es claro. El deporte es vida. Luego Lucy López, nuestra primera medallista panamericana, de 93 años, enciende el pebetero apoyada en Nicolás Massú y Fernando González, campeones olímpicos. El Presidente Boric declara inaugurados los Decimonovenos Juegos Panamericanos de Santiago 2023. El Team Chile, con 664 deportistas, está listo para todo.

El Metro es un lujo, también la Villa Panamericana. Todo funciona, salvo detalles minúsculos, olvidados una o dos horas después. Usted debería darle una vuelta a la idea de organizar unos Juegos Olímpicos, dice Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional. ¿En serio? No sé. Su invitación deja a medio país embriagado, como si fuera el 19 de septiembre en la noche pero sin haber tomado una sola gota de alcohol. Al menos nos recuerda que la ilusión es lo que nos hace practicar deportes. Levantarse cada día con la esperanza de que hoy será mejor que ayer: eso que dice Nico Massú con más entusiasmo y palabras mejor elegidas. Como el cara y sello de los hermanos Vidaurre ante una medalla de plata: la rabia de Martín por un segundo lugar que no estaba en sus planes, la emoción de Catalina tras habérsele declarado una trombosis pulmonar hace unos meses.

El pulso de Francisca Crovetto. Los esquís prestados que usó Emile Ritter. Todos esos remeros de oro y manos callosas, tan grandes todos que uno no sabe por cuál empezar, aunque ya nadie tiene más medallas que Antonia y Melita Abraham. Lucas Nervi viajando en Metro con su oro. Santiago Ford caminando para llegar a la meta, igual que hace cinco años cuando viajó desde Cuba para entrar a pie al país por un paso fronterizo no habilitado. Los inolvidables 400 metros de Martina Weil: una vuelta entera a la pista que era un pretexto para que todo el estadio la ovacionara bajo la lluvia. El doble triunfo de Emanuelle Silva en sus patines, ganador incluso en la más injusta de las derrotas. Y Chile convertido en tierra de karatecas con Vale Toro, Rodrigo Rojas y Enrique Villalón: me acordé de cuando salía del cine Acapulco con mis amigos tirando patadas al aire después de una película de Bruce Lee.

Hacemos memoria para ser olvidados y la vida nos lo muestra en cada gota de sudor que empleamos en descubrirlo. Corre, si no hay motivo. Salta, si no hay espacio. Lucha, si no hay remedio. Yo no puedo saber qué será de todas estas emociones dentro de cien años, pero sí sé que cuando me muera una parte de estos campeones se irá conmigo, porque ahí es donde viven ahora. El aguante de Kristel Köbrich, la dignidad mapuche de Hugo Catrileo, el equilibrio de Rafael Cortez sobre la ola y sobre la existencia, el amor propio de Isidora Jiménez y el fraseo de Tania Zeng, al borde de hablar como chilena pero más chilena que cualquiera de nosotros. Cote Urrutia en el arco de la Roja sin ser arquera, el penal de Clemente Montes; arriba el ánimo: sus derrotas son de ayer, las medallas para siempre.

Fiu ya es leyenda, el Presidente baila el «Congelao», el ministro Jaime Pizarro da confianza y Harold Mayne-Nicholls pone lo que falte. La bandera flamea hermosa sin necesidad de imponérsela a nadie. Un tercio de los chilenos en competencia se sube al podio: 225 de los 664 deportistas ganan 79 medallas, 12 de oro, 31 de plata, 36 de bronce. En dos semanas el deporte es un milagro que se llama Chile: un país que avanza unido hacia la meta, porque un país en el que caben todos es un país en el que no sobra nadie. La casa es chica, el corazón es grande y las visitas se van contentas de una fiesta que no termina nunca. Simplemente se apagan las luces del estadio, se acaba la música y empieza la nostalgia de lo bien que lo hicimos, de lo bien que lo pasamos y de este orgullo de ser chileno.

Publicado originalmente en Lun.com

Foto de Adrian Aylwin/Santiago 2023 via Photosport

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Por eabarzua

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