Por Esteban Abarzúa

 

A llorar a la iglesia

En el fútbol chileno hay una frase que resume casi un siglo de historia desde que la selección jugó y perdió su primer partido internacional, contra Argentina el 27 de mayo de 1910 (3-1 en Buenos Aires). La frase ni siquiera es chilena, pero localmente se le achaca por su persistencia en el uso a Arturo Salah durante su mandato como seleccionador entre 1990 y 1993: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”.

Una especie de lema de la resignación, de la aceptación, sin rebeldía, casi indolora, de una suerte que se cree al mismo tiempo adversa e inmodificable. Como si fuera un destino: jugar bien ocasionalmente y jamás lograr lo que tantas veces se ha soñado. Darse por perdido antes de jugar es perder dos veces.

Hasta el 15 de octubre de 2008, la Roja se había enfrentado a la Albiceleste en setenta y seis oportunidades y solo registraba cinco triunfos en partidos amistosos, el último de los cuales databa de julio de 1973. De modo que jugar un partido de fútbol contra Argentina con los puntos en disputa se asumió siempre como una tarea imposible o incluso como un martirio en el que los escasos empates obtenidos se celebraron como una hazaña. Marcelo Bielsa, sin embargo, no podía menos que intentarlo. Él, después de todo, había llegado a Chile con un discurso destinado a remover la conciencia de quienes son capaces de valorar el esfuerzo por encima de todas las consecuencias: “En cualquier tarea se puede ganar o perder. Lo importante es la nobleza de los recursos utilizados. Lo importante es el tránsito, la dignidad con que se recorrió el camino en la búsqueda del objetivo”. He ahí el bielsismo resumido en una sola frase. Si viajamos juntos, importa menos adonde lleguemos que el viaje en sí mismo. El partido del 15 de octubre de 2008 entre Chile y Argentina, en primer lugar, es un viaje; no hacia un resultado, sino hacia una verdad.

 

Estadio Nacional de Chile
Eliminatorias Conmebol Sudáfrica 2010, décima fecha
15 de octubre de 2008
Chile 1, Argentina 0

Formación inicial (1-3-3-1-3)

Claudio Bravo (Real Sociedad, segunda división de España)

Gary Medel (Universidad Católica de Chile)
Waldo Ponce (Vélez Sarsfield de Argentina)
Pablo Contreras (Paok Salónica de Grecia)

Carlos Carmona (Reggina de Italia)
Marco Estrada (Universidad de Chile)
Jean Beausejour (O’Higgins de Chile)

Matías Fernández (Villarreal de España)

Fabián Orellana (Audax Italiano de Chile)
Humberto Suazo (Monterrey de México)
Mark González (Betis de España)

Cambios

21 minutos: Hugo Droguett (Morelia de México) por González
85 minutos: Hans Martínez (Universidad Católica) por Medel
88 minutos: Arturo Vidal (Bayer Leverkusen de Alemania) por Ponce

Goles

1-0: Orellana (minuto 35)
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A poco de llegar desde Europa, donde empezó a prepararse para ser entrenador de fútbol en la Escuela Superior de Deportes de Alemania a mediados de los setenta, Nelson Oyarzún Arenas se dedicó a transmitir la idea de que el fútbol chileno necesitaba un cambio: “Dentro de las grandes confusiones en Chile, está esa de creer que el hombre que lleva la pelota hace el fútbol. Mentira, señores. Son los otros los que destapándose continuamente, relevando en todo el campo, van creando espacios y la mecánica. Es el “juegue y vaya”, atentatorio contra la comodidad tan acendrada en el estilo chileno”. Oyarzún murió de cáncer en 1978, y nadie se animó a defender ni a desarrollar su propuesta. Treinta años después la selección de Bielsa empieza a jugar un partido contra Argentina siguiendo al pie de la letra una de las definiciones más recordadas de Oyarzún: hay que jugar al fútbol como si consistiera en tomarse una colina infestada de japoneses. Más que una guerra, Oyarzún lo planteaba como una lucha contra la adversidad.

En los dos primeros minutos del partido el Chile de Marcelo Bielsa le muestra sus cartas a la Argentina de Alfio Basile: le quita siete veces el balón (una sola de ellas con falta: Medel contra Diego Milito) y en la primera posesión larga, de veinticinco segundos, un saque lateral en campo propio por la derecha se transforma en un avance por la izquierda de Jean Beausejour, cuyo tiro de larga distancia casi se le mete en un ángulo a Juan Pablo Carrizo. El arquero de la Lazio de Italia se esfuerza para desviar al córner.
Ante la ausencia de Juan Román Riquelme, por acumulación de tarjetas amarillas, Basile pretende instalar una línea media de vocación recuperadora (con tres volantes centrales: Javier Mascherano, Cristian Ledesma y Esteban Cambiasso) para que Lionel Messi quede flotando por delante de ellos y detrás de los delanteros para probar suerte con sus diagonales de la muerte. Pero Argentina en vez de recuperar pierde muchas pelotas en un trámite que su entrenador no había considerado: la clave del juego, al menos en el comienzo, está en la presión que ejerce Chile sobre sus jugadores menos aptos para acomodarse en el inicio de la posesión. Fernández y Suazo se turnan para bloquear las salidas por el centro, Orellana es una fiera detrás de Gabriel Heinze cuando este la recibe y Javier Zanetti queda atrapado en el intercambio de posiciones entre Beausejour y González. Argentina no sabe qué hacer cuando tiene la bola en su poder y, ante la duda, Martín Demichelis y Carrizo deciden saltarse el mediocampo con pelotazos largos que buscan a Milito como pivote. Teniendo a Messi en el campo, Argentina se ve forzada a gestionar un juego directo que prescinde de Messi. “Corrían tanto que parecían quince contra once”, dirá Basile después del partido. Corrección: en Chile corren todos y corren bien.
En su afán de apurar la maniobra cuando cruza la mitad de la cancha, el equipo de Bielsa pierde precisión en los últimos veinticinco metros, pero, en su beneficio, es ahí donde establece su primera línea de recuperación. Suazo pierde la mayor parte de las habilitaciones que le llegan, pero su despliegue para generar superioridad durante las coberturas de marca en campo contrario provoca una sensación de inseguridad permanente en la defensa argentina.

Todo esto es bielsismo puro. Por ejemplo: la noche en que un debutante delantero del Audax Italiano de Chile le arruina la jornada a un experimentado lateral del Real Madrid de España solo es posible en un universo bielsista. Orellana/Heinze, claro, es una manera simplificada de diagnosticar una clave del juego, porque Orellana es él mismo sumado a Carmona e incluso a Medel transitando por la franja derecha para apremiar a Heinze y a Cambiasso (cuando este intenta ayudar a su compañero). A los 15 minutos, después de tres recuperaciones desesperadas de Argentina que no le permiten dar dos pases seguidos, Medel anticipa al Kun Agüero en territorio enemigo, se la toca a Orellana y pasa por su espalda para buscar el desborde, pero Orellana alcanza a ver que González viene entrando al área con buenas posibilidades de ganar en el salto y envía el centro. Las cabezas de González y Nicolás Burdisso chocan en el aire y ambos salen lesionados en una dramática escena. Bielsa ordena el ingreso de Droguett por González, pero Beausejour queda de extremo izquierdo y Droguett pasa a cubrirle la espalda.
Orellana ya está calentando su pie derecho. Un par de jugadas después de la reanudación repite el centro y encuentra solo a Contreras llegando por el vértice del área chica argentina. El cabezazo de Contreras sale rozando el horizontal del arco defendido por Carrizo.

Cuando le toque comentar el partido, Bielsa hará una evaluación aparentemente emotiva de Estrada, a quien decide utilizar en la posición de volante central. Carmona ya se había consolidado en esa función, desde el duelo contra Bolivia, pero el entrenador le encomienda la misión de jugar como volante por la derecha contra Argentina. Hay que detenerse a pensar en eso: Bielsa, en apariencia, improvisa la organización del juego por esa banda, con un debutante en eliminatorias como Orellana, otro que nunca había jugado tan cerca de la línea de cal como Carmona y un tercero que recién empieza a funcionar como stopper por la derecha como Medel. Los tres serán mencionados por abrumadora mayoría como las principales figuras del partido. Bielsa, sin desconocerlo, destacará el trabajo de Estrada como valor trascendente: “Después de la derrota ante Brasil se decía que Estrada no era un jugador que podía defender (jugó de lateral izquierdo ese día), pero ante Argentina defendió de contención, de lateral y de central, contra Messi, y tuvo una producción satisfactoria. Uno siempre trata de recordar para ser prudente en las apreciaciones”. Estos apuntes tienen mucho que ver con una explicación que Bielsa entregará varios años después, durante su memorable conferencia sobre fútbol en Amsterdam, acerca de los criterios de elegibilidad de sus jugadores: “El 8 es el jugador más difícil de encontrar. El que defiende como el 6 y ataca como el 10. Es el puesto clave del fútbol porque el 8 se hace extremo, se hace contención y se hace volante ofensivo. A mí en mi equipo me encantaría tener centrales que puedan jugar de volante defensivo y volantes defensivos que puedan jugar de número 8. Jugadores versátiles. Por ejemplo, Matías Almeyda, que era un 8, me gustaba que jugara de 6 porque de 6 se podía hacer 8 si era necesario. Es elegir jugadores por la posesión más que por la recuperación, porque si pones de 6 a un jugador con características de 8 el equipo va a mejorar en posesión. El 80 % de la actividad original del 6 es la recuperación y el 20 % es la posesión. Y yo estoy eligiendo al jugador que va a desempeñar esa posición por una característica que va a afectar al 20-30 % del juego y que en el 70-80 % restante no la va a usar. Pero yo soy de la idea de que cuanto mejor sea la posesión menos tiempo vamos a pasar recuperando, así que siempre acabo optando por poner a defender a alguien que juega muy bien”.

El reposicionamiento de Estrada y Carmona, el 6 y el 8 de Chile ante Argentina, si se hace una interpretación desde la lógica administrativa del balón propuesta por Bielsa, es una maniobra muy arriesgada del seleccionador, sobre todo porque Estrada llega cuestionado y el sector donde le toca moverse es la zona que Basile le confía inicialmente a Messi. A los 29 minutos, de hecho, Messi recién puede entrar al área chilena tras eludir a Estrada en la zona de mediocampo y provocar una condición de ruptura que le permite avanzar con pelota dominada para buscar la asociación con Agüero. El oportuno cierre de Contreras y Ponce evita que Messi quede en situación de remate.
La repentina activación de Messi y su entusiasmo por incorporarse al ataque de su equipo, sin embargo, le transfieren el control del juego al exquisito pie izquierdo de Estrada, al generarse una brecha de veinte metros entre el circuito ofensivo argentino (Milito/Agüero/Messi) y su mediocampo recuperado (Mascherano/Ledesma/Cambiasso). Los próximos minutos definen la historia del partido, con Estrada libre para ofrecerse como primera opción de pase en dos etapas cruciales de la posesión. Por delante de la línea del balón: para recibir la habilitación en la salida de la defensa. Y por detrás de la línea del balón: para recibir la descarga de los delanteros cuando es necesario resetear la jugada.

Hay que mirar entonces lo que ocurre a los 35 minutos, después de un tiro libre de Fernández que hace sudar frío a Carrizo. El arquero de Lazio ejecuta un saque largo desde atrás. Es lo que se llama juego directo, en una de sus variantes más rudimentarias: saque de valla/pelotazo largo. El famoso presentador de televisión Marcelo Tinelli en sus años como relator de fútbol decía toscamente “pum para arriba” al referirse a esta familia de jugadas. Sesenta metros más allá, en el campo de Chile, Milito intenta pivotear para Messi o Agüero, que no andan cerca, pero llega a bloquearlo Droguett y la pelota le queda a Ponce. Ponce, con Agüero encima, se la pasa a Carmona, quien la retrasa para Medel, en el límite del área grande. Agüero lo persigue.

¿Está por ahí el arquero de Chile? Sí, de hecho, la pide, pero Medel hace una cachaña: juega el balón por detrás de la pierna izquierda con la derecha. Agüero pasa de largo. Contreras se abre hacia el lateral izquierdo. Medel lo busca y el pase le sale un poco largo. Droguett alcanza a llegar con lo justo, con Mascherano mordiéndole los talones. A diferencia de la retaguardia de Argentina, que practica la lotería del pelotazo, Chile se juega la vida al insistir en la salida con pelota dominada. Droguett sorprende a Mascherano y la toca por fuera, en paralelo a la línea del lateral. Ahí, todavía en territorio chileno, llega Estrada. Estrada hace una pared con Fernández para provocar lo que en el Barcelona de Josep Guardiola luego definirían con el concepto de tercer hombre. El tercer hombre aquí es Beausejour, liberado por Zanetti cuando vuelve a tenerla Estrada. La posibilidad de que el volante central de Chile juegue largo asusta a Zanetti: elige asegurar su costado y retrocede en vez de presionar en el medio a Beausejour. Cuando Zanetti regresa por Beausejour, dos segundos después, Beausejour ya va camino hacia el círculo central. Recién cruzamos la mitad de la cancha.

Beausejour engancha hacia dentro mientras Fernández se desmarca por la izquierda arrastrando a Ledesma y Zanetti. Los argentinos están reaccionando tarde frente al diseño que hace Chile. Los que llevan el balón solo son una parte de la jugada, en algunos casos para incorporarse dos o tres toques más arriba, en otros sencillamente para abrirles camino a los que vienen desde atrás. Cuando Estrada, Fernández y Beausejour dibujan un triángulo por la izquierda, Orellana decide centralizarse hacia la posición natural de Fernández mientras Carmona se adelanta hacia donde debería estar Orellana, bien abierto con la marca de Heinze. El zaguero de Real Madrid escoge quedarse a una distancia intermedia: con un ojo en Orellana y el otro en Carmona, pero a diez metros de cada uno. Es difícil marcar así.
La ruptura definitiva se produce cuando se suma Medel al ataque. El Pitbull recibe de Beausejour y conduce hacia donde Carmona está levantando la mano. Medel se la toca y pasa por la espalda. Heinze, por su parte, acaba de tomar una decisión conservadora: retrocede unos metros y le deja la cobertura a Cambiasso, quien se queda congelado ante la duda, entre la posible diagonal de Carmona y el desborde de Medel. La cara de Cambiasso en ese momento podemos encontrarla en la cúpula de la Capilla Sixtina: es la cara de uno de los condenados del “Juicio Final” y se queda parado para no ser parte del desenlace. Medel pasa volando, recibe de Carmona y corre hacia la línea de fondo. Heinze recién entra en el cuadro cuando Medel tira el centro atrás.

Lo que viene es una jugada que en la Roja de Bielsa bautizarían como el “desmarque Orellana”. Bielsa lo explicó durante una charla con los alumnos de la Universidad Católica de Valparaíso en 2009: “¿Cómo se aprende a enseñar a desmarcarse? Viendo a los que se desmarcan bien muchas veces y sacando la matriz, el eje, la huella que identifica el movimiento. Por ejemplo, el «desmarque Orellana». Le pusimos así porque lo aprendimos de él. Orellana es frágil y la pide antes y la recibe después. Porque si la recibe antes, como tiene poco peso, sufrirá más la patada. Es la naturaleza la que enseña. La cultura de los que tienen es distinta de la cultura de los que no tienen”. Luego volvería con una alusión a Orellana en la Academia Aspire de Amsterdam en 2016: “Orellana es un jugador muy livianito y si pedía el balón al pie lo golpeaban y lo destruían. Él amagaba al pie y recibía el balón a espaldas de los rivales”. El delantero de Audax Italiano entonces les da una referencia de marca equivocada a los rivales que están cerca y se ofrece para recibir la habilitación en un lugar donde no va a estar. Como Medel en este caso viene dispuesto a tocar hacia atrás, el engaño de Orellana consiste en marcar con el pie un lugar en el que sería fácilmente anulado por dos argentinos: Heinze, quien puede interrumpir la línea de pase con Medel, y Daniel Díaz, que lo tiene a un metro. El 7 de Chile pide el balón donde va a quedar marcado, se echa dos pasos hacia atrás y cuando se encuentra con el balón ya es tarde para los adversarios. Le pega con la derecha, tiro cruzado, junto al palo de Carrizo. Todo el mundo sabe lo que eso significa: Chile 1, Argentina 0. El gol, en su arbitrariedad, intenta reducir la alegría del fútbol a un festejo, pero hacerlo así es otra cosa: jugar en equipo, sabiendo a qué se juega y en el campo contrario a veces alcanza para ganar o, en el peor de los casos, para ganar el derecho a volver a intentarlo. Hasta que salga.

Chile va a ganar este partido con la jugada más larga del partido: treinta y nueve segundos desde que a Ponce le llega el bloqueo de Droguett a Milito hasta que la pelota entra en el arco de Argentina. La progresión es la siguiente: Droguett, Ponce, Carmona, Medel, Droguett, Estrada, Fernández, Estrada, Beausejour, Medel, Carmona, Medel y Orellana. Trece toques y ocho jugadores distintos. Los otros tres están involucrados durante toda la maniobra ofreciéndose como opciones de pase.

Una táctica bien elaborada en el fútbol es un acto de información que obliga al adversario a una reacción. Eventualmente, la inacción o el miedo también son una manera de reaccionar. Rebobinemos: hasta los 10 minutos, el primer pie en la ecuación básica de Argentina es el central Demichelis, quien alterna salidas largas (sin éxito) y cortas (sin trascendencia) dependiendo de los espacios a su alrededor.
Ese camino cambia, dramáticamente en vista de las consecuencias, en una situación que no tiene importancia aparente porque la Albiceleste alcanza a defender la posesión del balón y la jugada termina en campo chileno con una tarjeta amarilla a Contreras por falta contra el Kun Agüero. Un pelotazo desmedido de Estrada que le llega sin peligro alguno a Carrizo inicia la secuencia: el arquero de Lazio sale jugando con Demichelis. Cuando aparece Suazo para presionarlo, el zaguero de Bayern Múnich busca por delante a Ledesma, quien a su vez alcanza a ser presionado por Fernández y se la devuelve. La siguiente opción de Demichelis también está en el manual: abre hacia la derecha para Burdisso, un poco más atrás y libre de marca. Burdisso trata de apurar la salida hacia Ledesma. Fernández, en el intertanto, se mueve como un alfil en el tablero de ajedrez: después de Ledesma va por Demichelis y luego persigue la triangulación hacia donde está Burdisso. Suazo, por su parte, se encarga de cubrir a Ledesma apenas lo libera Fernández. Así que Ledesma, sin margen de error, retrasa otra vez para Demichelis. Suazo hace un esfuerzo adicional y presiona otra vez al central del Bayern, quien, desesperado, rechaza a lo que salga. Para suerte suya, el balón le cae a un compañero en la mitad de la cancha. Luego siguen la jugada a los rebotes hasta la falta de Contreras a Agüero, pero el temor a salir jugando se instala de esa manera en Argentina. El cronómetro marca 10:12. Con dos jugadores ofensivos que se turnan y se multiplican para marcar a los defensores contrarios, Bielsa rompe la confianza del rival en sus propios medios para armar el juego como corresponde a todo equipo que se respete a sí mismo: desde atrás y por abajo. En la siguiente ocasión, Carrizo ejecuta un saque de valla largo que Carmona intercepta sin complicaciones. La táctica también rompe a Demichelis: la mayor parte de sus intervenciones en fase de posesión se van a dividir entre tirar lejos la pelota sin asco y dejársela a Carrizo para que haga lo mismo.

Esta es una de las razones por las que Messi se adelanta para tratar de juntarse con Agüero y Milito. Ve pasar balones por encima de su cabeza como si fuera una lluvia de estrellas. Luego viene el efecto en cadena: en cada recuperación de Chile, Estrada queda libre para moverse entre las líneas de ataque y mediocampo del rival. Por eso Basile habla después del quince contra once: el razonable intento de Messi por entrar en juego parte al equipo en tres bloques estáticos (cuatro defensores fijos, tres recuperadores sin vocación de ataque y dos delanteros y medio teniendo en cuenta la desorientación de Messi) para hacerle frente a un rival que en todas sus líneas tiene jugadores que se desdoblan para cumplir tareas adicionales. Cuando Argentina ataca Chile siempre queda, al menos, cuatro contra tres atrás: Medel, Ponce, Contreras y Estrada ante Agüero, Milito y Messi. Cuando el balón lo tiene en el medio es una locura: Droguett/Beausejour, Carmona/Orellana, Fernández/Suazo y Estrada les dejan en claro a Mascherano, Cambiasso y Ledesma que no es buena idea transitar por ahí. Y cuando tratan de sacarla desde el fondo Orellana, Beausejour, Fernández y Suazo se turnan para perseguir individualmente a quienes llevan el balón: Demichelis, Heinze, Zanetti y Díaz (Burdisso). El planteamiento de Bielsa genera superioridad numérica en todas las líneas y su tiro de gracia es la incorporación de Medel, uno de sus stoppers, como extremo derecho para sumarse al ataque durante las diagonales de Orellana desde esa posición. El gol es una consecuencia lógica del partido que Bielsa quiere jugar.

Después del 1-0, Basile le pide al Pupi Zanetti que se estacione más adelante, por la derecha, y al mismo tiempo centraliza a Mascherano para que colabore con Ledesma en las coberturas del mediocampo. La idea es reagruparse para neutralizar el tránsito vertical de Chile en la mitad de la cancha, sin contrapeso hasta ese momento. Pero lo que Basile traduce como una lucha clásica de mediocampo es mucho más que eso. Lo que busca Bielsa es hacerle sentir a su adversario que el partido se está jugando dentro de una lavadora, aquella idea que Willy Meisl describió en 1955 como the whirl, “el remolino”, y que serviría como antecedente para la llegada del Totaalvoetbal holandés en los años setenta: el movimiento permanente, la ausencia de límites en la función que un jugador puede cumplir y el intercambio de posiciones. Bielsa siempre habló de tener seis hombres en la fase ofensiva de sus equipos. Contra Argentina dispuso ocho, dejando fijos a Bravo, Ponce y Contreras para las tareas exclusivas de la defensa. Los demás orbitaban todos en torno a las tareas de la pelota: ocho para atacar, once para defender.

Los siguientes cambios de Basile, en el segundo tiempo, apuntan a soluciones típicas: un delantero por un delantero a los 46 minutos (Bergessio/Milito) y un delantero por un volante a los 83 para quemar las naves (Sand/Cambiasso). El trámite sigue siendo el mismo. Chile solo retrocede unos metros a Beausejour para que se haga cargo de Zanetti, sosteniendo un recorrido más largo por la banda, y ubica a Droguett más cerca de Estrada para equilibrar la presencia de Mascherano en el círculo central.
La impotencia de Argentina termina de levantar los pelotazos de cincuenta metros del arquero Carrizo como su principal arma ofensiva. El gol de Chile sale en la tercera pelota dividida que el arquero ejecuta desde su área, a los 35 minutos. Después Carrizo suma otros quince saques largos que delatan, finalmente, un intento desesperado por acercar el balón de cualquier manera hacia el arco de Chile. Aunque no está dentro de sus objetivos, la Roja de Bielsa tiene mayor control de la bola: once jugadas de veinte o más segundos contra siete de Argentina. Y a causa de esa mayor elaboración acumula ocasiones de peligro cerca de la valla de Carrizo. Suazo se pierde el 2-0 a los 44 y 52 minutos en acciones de contragolpe, pero a los 61 la mejor acción de Chile tras el descanso se produce a continuación de un tiro libre desde campo propio que los argentinos le dejan a Carrizo: pelota larga y alta que al otro lado Contreras baja con el pecho para Estrada. La secuencia de pases sigue por la derecha con Droguett, Medel, Carmona, Suazo y Fernández. Este último deja en situación de remate a Carmona, Carrizo da rebote y le queda a Droguett, cuyo zurdazo lo salva Díaz casi en la línea.

Detalles a tener en cuenta: había luna llena, el público no quería irse del estadio cuando terminó el partido, Marcelo Bielsa fue el primero en partir al camarín, sin demostrar ninguna emoción en su rostro, y Gary Medel, por su parte, fue el primero en sacarse la camiseta para celebrar el primer triunfo por los puntos de Chile contra Argentina en selecciones mayores. Basile dijo después que les ganaron bien “y a llorar a la iglesia”, mientras que Messi sacó una declaración que dejó dando vueltas una queja contra el entrenador: “No jugamos a nada”. Fue el último partido de Basile en la selección argentina, la primera gran exhibición de juego de lo que con el tiempo se conocería como la generación dorada del fútbol chileno, aunque no jugó Alexis Sánchez y Arturo Vidal solo entró a los 88 minutos.

*Del libro «Fútbol Total: el estilo que cambió la historia de la Roja», de Esteban Abarzúa.

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Por eabarzua

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