Por Carlos Molina
CHUCK WEPNER, 1975
La verdadera historia de Rocky Balboa
Sylvester Stallone encontró en 1976 la llave del triunfo con la historia de Rocky Balboa, un modesto boxeador que logra enfrentarse al campeón del mundo de los pesos pesados. Hasta ese momento, Stallone no era más que un actor secundario en el riguroso escalafón de Hollywood, con muy malas perspectivas de futuro, que en los peores momentos hasta tuvo que hacer cine porno para sobrevivir. Rocky le cambió la vida. Se rodó en 28 días con un presupuesto casi de serie B. Sin embargo, fue un inmediato éxito de taquilla, ganó el Óscar a la mejor película y ocupa un lugar notable en el género del cine de boxeo.
Es una historia sobradamente conocida, pero no todo el mundo sabe que está basada en una pelea real, la que enfrentó en 1975 a Chuck Wepner, discreto peso pesado de Nueva Jersey, contra el legendario Muhammad Alí, posiblemente el mejor boxeador de todos los tiempos, al menos el más célebre. Aquella noche del 24 de marzo, tan solo un año y medio antes del estreno de Rocky, Stallone vio el combate y, como la mayoría de los aficionados, se enamoró del espíritu de lucha y de la resistencia de Wepner. Pocos días después, el propio Stallone comenzó a escribir el guion que cambiaría su carrera.
La vida de Chuck Wepner, desde luego, da para un guión de cine. No solo por lo que sucedió en su combate contra Alí, sino porque toda su trayectoria fue un homenaje al viejo espíritu de los boxeadores sufridos y duros, aquellos que se mantenían durante años entrenando en gimnasios de barrios deprimidos, a pesar de saber que no estaban destinados a ser campeones de nada, que siempre serían otros los que terminarían por convertirse en triunfadores y millonarios.
Nacido en 1939 y criado en Bayonne (Nueva Jersey), Wepner fue un jugador de baloncesto de cierto éxito en el instituto, pero pronto cambió la canasta por los guantes. A comienzos de los sesenta, ingresó en el cuerpo de marines, y fue allí donde destacó por primera vez como peso pesado. Era grande y tenía una pegada más que aceptable, así que, después de ir puliendo poco a poco su técnica, cuando se licenció decidió probar suerte compitiendo a mayor nivel. Su primera gran competición, que le permitió el paso a profesional, fue el certamen Golden Gloves, celebrado en el Madison Square Garden de Nueva York. En la edición de 1963, Wepner se impuso en la categoría de los pesos pesados y su nombre comenzó a sonar en el mundillo de entrenadores y periodistas especializados.
Gracias a aquel primer éxito, en 1964 debutaba como profesional con una victoria frente a George Cooper. Pero las cosas no fueron fáciles. La década de los sesenta fue una época de grandes pesos pesados de raza negra, y su carrera no despegó fácilmente. Era blanco, desgarbado y no especialmente rápido, aunque todos reconocían que «sabía estar» en el ring. Alternaba victorias y derrotas y no conseguía saltar al primer nivel. Alejado de las grandes bolsas, tenía que compaginar los entrenamientos con trabajos como guardia de seguridad o vendedor de licores, pero seguía boxeando y escalando posiciones en el circuito estadounidense.
Pasaban los años y Wepner no acababa de dar el salto definitivo, pero al menos tuvo la oportunidad de enfrentarse a algunos de los mejores boxeadores de la historia, como George Foreman y Sonny Liston. Se trataba de dos púgiles objetivamente mucho mejores que él, pero que no lograron derribarle. En ambos casos, aguantó más allá de lo médicamente aconsejable y el árbitro tuvo que detener la pelea por los cortes que presentaba en la cara. Ya entonces tenía el apodo de Bayonne Bleeder (algo así como el Sangrante de Bayonne), por la facilidad que tenía para terminar los combates con el rostro lleno de brechas. Se dice que recibió más de 300 puntos de sutura a lo largo de su carrera. Wepner aún recuerda con orgullo el combate contra Liston, que en diez asaltos le dejó con la nariz y el pómulo rotos y 72 puntos en la cara. No cayó a la lona, por supuesto.
Cuando parecía abocado a un lento declive y un futuro lejos de los grandes cuadriláteros, su gran oportunidad le acabó llegando después de cumplir los 35 años. A pesar de ocupar el octavo puesto del ranking de la revista Ring Magazine (una de las biblias del boxeo), su carrera estaba cerca del final. Mantenía un récord de 30 victorias, 9 derrotas y 2 nulos y nada hacía pensar que fuese a disputar un título mundial. Sin embargo, a veces los campeones prefieren un rival de segundo nivel para preparar un combate más importante, o tal vez para ganar unos millones de dólares más sin demasiado esfuerzo. Fue así como alguien en el despacho del promotor Don King pensó en él.
En realidad, cuando se acordó el combate con el representante de Wepner, no estaba previsto que su rival fuese Alí, sino George Foreman, que era el campeón del mundo en ese momento. Sin embargo, la pelea se retrasó y Alí ganó a Foreman en el mítico combate por el título celebrado el 30 de octubre de 1974 en Kinshasa (Zaire), donde el nuevo campeón dio una lección de boxeo y relaciones públicas a su rival. Finalmente se acordó que el enfrentamiento entre Alí y Wepner se celebraría en el Coliseum de Cleveland el 24 de marzo de 1975. Alí era favorito indiscutible y tenía estipulada una bolsa de 1,5 millones de dólares. Wepner solo se llevaría 100.000 dólares, una limosna para un combate por el título mundial, pero una fortuna para un hombre que por fin podría dejar de trabajar y dedicarse en exclusiva al entrenamiento.
Para preparar la pelea con Alí, se recluyó con sus entrenadores durante ocho semanas en las montañas Catskill, al norte de Nueva York. A una edad que suele marcar la cuesta abajo para un boxeador, alcanzó el mejor estado de forma de su carrera. Tanto él como su entorno soñaban con lograr la sorpresa ante un campeón que, al fin y al cabo, ya no era el genio que había asombrado al mundo en los sesenta. Era un hombre más lento y pesado, aunque no había perdido inteligencia ni recursos técnicos.
Los dos boxeadores entablaron una buena relación durante las semanas previas de promoción del combate. Eso sí, en cuanto había una cámara delante, se desafiaban mutuamente y Alí comenzaba su particular espectáculo. Wepner despreciaba a Alí y este se lanzaba a uno de aquellos torrentes verbales que le hicieron famoso, en los que mezclaba insultos más o menos ingeniosos con bravuconerías y predicciones sobre lo que esperaba a su rival en el cuadrilátero. En realidad, todo el mundo sabía perfectamente que se trataba de una pantomima, pero formaba parte del show y Alí lo dominaba mejor que nadie. En 1965, su actitud provocaba la ira de rivales y aficionados. En 1975 se parodiaba a sí mismo y arrancaba carcajadas, pero nadie quería que dejase de hacerlo.
Aquella era la clase de oportunidad que todos los boxeadores de nivel medio esperan. El mismo día del combate, Wepner regaló un collar a su mujer, Phyliss, diciéndole: «Póntelo, porque esta noche dormirás con el campeón». Horas después, con Wepner aún lleno de magulladuras en la cara, Phyliss tuvo humor suficiente para preguntar a su marido si debía ir ella a la habitación de Alí o vendría él.
Cuando sonó la campana, el campeón decidió esperar. Los primeros asaltos no fueron brillantes. Wepner avanzaba con furia y Alí se movía a su alrededor con habilidad, aunque sin la gracia de sus mejores años. También él había iniciado el declive. A pesar de ello, con una táctica algo conservadora, dominaba con facilidad a un aspirante con más voluntad que recursos, y se iba anotando en su cuenta asalto tras asalto.
Hacia la mitad del combate, las cosas se pusieron aún más difíciles para Wepner, que vio como Alí le abría un corte en la ceja. Volvía a ser el Sangrante de Bayonne. Tal vez todo aquello terminaría una vez más con el árbitro parando la pelea pero, desde luego, él estaba decidido a que no fuese así. En el noveno asalto, atacó con todas sus fuerzas y derribó al campeón. El momento era histórico. Un boxeador mediocre, un obrero del ring, había mandado a la lona a quien posiblemente era el deportista más célebre del mundo en 1975. Por supuesto, Alí se levantó y siguió peleando, pero después de aquel momento ya nadie dio por segura su victoria.
Los asaltos fueron cayendo y Wepner acumulaba cortes en las cejas y los pómulos. Prácticamente no veía nada. Cuando el árbitro se acercó a su rincón, le mostró tres dedos y le preguntó cuántos veía para comprobar si podía seguir. No veía más que manchas, pero su entrenador le pellizcó tres veces en la espalda y pudo balbucear: «Tres». Se había salvado del KO técnico.
Cuando llegó el último asalto, el público de Cleveland rugía de admiración hacia Wepner. Probablemente los últimos minutos del metraje de Rocky, que muestran una especie de éxtasis colectivo en el pabellón, no sean tan exagerados como parecen. A pesar de todo, el campeón estaba más entero y le quedaban más golpes por dar. Durante un par de minutos, Alí se movió alrededor del rival y conectó un directo tras otro. Lo lógico era que Wepner terminase cayendo de una vez, pero hizo lo que siempre había hecho: bajar la cabeza y aguantar.
A falta de poco más de 20 segundos, una combinación de golpes le dejó tambaleándose y buscó refugio en las cuerdas. Alí continuó atacando y, por fin, le derribó a falta de 19 segundos. No fue el clásico traspiés que manda al suelo a un boxeador, sino que Wepner apenas se tenía ya en pie y aquello debía haber sido un KO en toda regla. Sin embargo, cuando la cuenta iba por nueve, se levantó. Estaba dispuesto a seguir encajando hasta el final, pero el árbitro le miró y, antes incluso de que terminase de ponerse de pie, decidió parar inmediatamente la pelea para no correr más riesgos. Las imágenes de los segundos posteriores son conmovedoras. Un Wepner completamente exhausto camina tambaleándose hasta su rincón y es incapaz de mantener la cabeza erguida. Se derrumba sobre el hombro de su entrenador, pero vuelve a levantarse para escuchar el anuncio de la victoria de Alí.
En el guion que escribió para Rocky, Sylvester Stallone cambió a Wepner, judío de Nueva Jersey, por Rocky Balboa, un italoamericano de Philadelphia, pero la historia refleja básicamente el espíritu de lo que fue la pelea. Después de aquella noche, eso sí, la vida de Wepner no se pareció mucho a las sucesivas secuelas que tuvo la película, en las que Rocky se hacía con el campeonato en un combate de revancha y terminaba ganando a un boxeador soviético en una delirante metáfora de la guerra fría.
En realidad, Wepner tuvo que volver a su trabajo como vendedor de licores. Poco después ganó algunos dólares con la lucha libre y tuvo problemas con las drogas. En 1986 ingresó en prisión por posesión de estupefacientes, pero salió y rehízo su vida. En 2003 tuvo incluso un litigio legal con Stallone, al que reclamaba una buena suma de dinero en concepto de derechos por el uso de su historia para la película. Cuando le preguntaban por el tema, el viejo boxeador siempre argumentaba que le gustaba la película y que Stallone le parecía un buen tipo, pero que «los negocios son los negocios».
Hoy vive junto a su tercera esposa e imparte de forma esporádica charlas sobre motivación y capacidad de resistencia. Tanto en sus conferencias como en las entrevistas que de vez en cuando le solicitan para recordar su hazaña, cuenta su experiencia tras pelear contra George Foreman, Sonny Liston y Muhammad Alí, tres de los mejores pesos pesados de la historia. Perdió con todos, pero ninguno de ellos consiguió vencerle por KO. Por supuesto, sigue asegurando que, si el árbitro no hubiera detenido la pelea, habría podido terminar en pie aquellos 19 segundos que faltaban para el final del último asalto contra Alí.
*Publicado originalmente en el libro «Ahogados en la orilla», de Carlos Molina.